Dos episodios bufonescos en la corte de Fernando I de Aragо́n
DOS EPISODIOS BUFONESCOS EN LA CORTE DE FERNANDO I DE ARAGÓN
El primero se sitúa durante los actos de la coronación de Fernando (1414), el segundo en la entrevista de Perpiñán (1415) a la que acudieron el emperador Sigismundo y el Papa Benedicto.
Mosen Borra
El banquete celebrado el día de la coronación del rey (domingo 11 de febrero de 1414) dio lugar a varios juegos y entremeses. Uno de los más aparatosos utilizó una compleja tramoya montada en la misma sala[1]. El cronista le dedica una descripción detallada y no me resisto a reproducirla aquí, porque es una de las pocas muestras que conozco, en la literatura castellana de la Edad Media, de descripciones de una máquina que no fuera bélica:
E en esta gran sala estauan fechos ençima de la puerta por do entrauan a la dicha sala vn gran cadalso alto como manera de los çielos que heran fechos en esta manera: hera vn andamio alto sobre la puerta e en medio del estauan tres rruedas vna sobre otra, e la de en medio mayor que las otras. E de la vna parte e de la otra de las rruedas avia ocho gradas de cada parte, todas las rruedas enllenadas e enbutidas en las rruedas e todo el andamio e las gradas heran del color del çielo. E ençima de las rruedas, sobre la postrimera avia vn çielo mas alto que los otros en el qual estauan dos niños muy bien guarnidos de paños de oro e estaua el vno al otro poniendo vna corona en la cabeça, en rremenbrança de quando Dios corono a Santa Maria. Las quales tres rruedas estauan llenas de omes vestidos de paños blancos e con alas grandes doradas e con rrostros sobrepuestos blancos a paresçençia de angeles, e tan fermosos que bien paresçian angeles. E estas tres rruedas fazian mouimiento la vna con la otra a manera de çielos quando se mueven cada que querian, e estos angeles e arcangeles tocando estromentos e cantando e faziendo muy estraños sones con farpas e guitarras e laudes e rrabes e horganos de palo e otros estromentos de cuerda, que gran solaz hera de lo oyr e ver. E, maguer las rruedas de los çielos fazian movimiento, el çielo de ençima do los niños estavan todavia estaua quedo que no se movia. E las quatro gradas mas altas, estauan en ellas asentados prinçipes e profetas e apostoles, cada vno su señal en la mano por do hera conosçido.
E en la primera grada de las otras contra ayuso estauan syete omes en semejança de los syete pecados mortales, e deyuso dellos en las tablas a sus pies estauan pintadas siete cabeças de demonios en semejança de los siete pecados mortales. E en la segunda grada estauan siete moços con rrostros sobrepuestos que paresçian diablos que atormentauan a los siete pecados mortales. E en la terçera grada estauan las virtudes. E en la quarta grada los syete angeles.
Cuando Dios Padre movía los cielos aparecía una nube que iba bajando ante la mesa del rey, “alto del suelo como vna lança darmas”. El primero en bajar con ella fue un ángel que, coincidiendo con la presentación del primer manjar, una espada desenvainada en la mano, dirigió al rey dos coplas en catalán (lemosín) en forma de Salve, para luego subir de nuevo al cielo. Después de la intervención de los siete pecados mortales y de las siete virtudes contrarias, otra vez bajó la nube,
en la qual venia la Muerte la qual hera muy fea, llena de calaueras e culebras e galapagos. E venia en esta guisa: vn honbre vestido en baldreses amarillos justos al cuerpo, que paresçia su cuerpo, e su cabeça hera vna calauera e vn cuero de baldres toda descarnada syn narizes e syn ojos, que paresçia muy fea e muy espantosa, e con las manos, faziendo semejanças a todas partes las manos que llamaua a vnos e a otros por la sala.
E, acauado esto de fazer, la nube tornose a los çielos.
El banquete en honor de la reina se celebró dos días después con el mismo protocolo y la misma escenografía, en vista de lo cual el cronista se ahorró un nuevo relato, remitiendo al anterior, señalando solo los cambios más notables que se introdujeron en el protocolo del primer banquete para mayor seguridad de los presentes:
E todas las solenidades e çirimonias que al rrey fizieron, asy en el camino como en casa, le fueron fechas en la sala como el rrey, saluo que ouo mejor hordenança, que no entro ninguno en el palenque do comio saluo los que seruian e dos caualleros, que estauan a los cantos de la mesa con dos hachas de çera blanca açendidas para alunbrar la mesa, maguer que estauan las lxiiii° hachas ardiendo en el çielo de la sala, e las çiento blancas antella deyuso del palenque por do venian los manjares.
Sin embargo, completó esa breve nota con el relato de un suceso no previsto:
E en esa sazon tenia el rrey de Aragon vn albardan que dezian mosen Borra. E este hera muy graçiosso, que no dezia mal de ninguno, saluo que tenia graçia e que le dauan todos los caualleros bien de vestir, e plata e oro e dineros, de tal manera que su fazienda hera llegada en gran rrenta, pero hera ome bien pequeño de cuerpo e buen gramatico. E su rrenta dezian que hera mill e quinientos florines cada año, afuera de muchas rropas e joyas quel tenia. E este aluardan estaua en la sala do comia la señora rreyna quando vino la Muerte en la nube, segund que fizo al rrey, segun que diximos. Mostraua gran espanto en la ver e daua grandes bozes a la Muerte que no veniese.
E, por ende, el duque de Gandia enbio dezir al rrey que estaua en vna ventana mirando el comer de la rreyna que, quando la Muerte desçendiese e el diese bozes, quel que lo lleuaria de yuso e que lo mandase a la Muerte que le hechase vna soga e que lo subiria consigo, e fue fecho asy. E quando la Muerte salio en la nube ante la mesa, començo mosen Borra a dar bozes e el duque lo lleuo alla de yuso e la Muerte hecho la cuerda e ataronla al cuerpo al dicho Borra e la Muerte lo guindo arriba. Aqui veriades maravillas de las cosas que mosen Borra fazia e del llorar e del gran miedo que le tomava. E, subiendo, fizo sus aguas en sus paños, que corrio en las cabeças a los que de yuso heran, que bien tenia que lo lleuauan al ynfierno. E el señor rrey lo miraba e obo gran plazer el e los que vieron. E mosen Borra fue en poder de la Muerte a los çielos.
La relación de la burla cruel – para un lector moderno – que sufre el albardán, introduce una nota sorprendemente frívola en un contexto solemne y desprovisto de cualquier atisbo de comicidad, a juzgar por la descripción detallada que nos ofreció el cronista del banquete primero. ¿Cómo se explica esa inesperada ruptura de la tonalidad del pasaje?
No cabe duda de que el cronista fue testigo de lo que narra. El detallismo de la escena – ientificación del iniciador de la burla; lugar de la sala ocupado por el rey; intervención del duque; preparación de una soga para atar a Borra; meada del albardán – más el uso de la forma verbal épica “veriades”, que es habitual en él ante un hecho espectacular, lo denotan.
El retrato que hace al principio del pasaje de Antoni Tallander, alias Borra, no responde a los mismos criterios. La formulación es confusa y meramente cumulativa: su gracia, su falta de malevolencia, su riqueza, su aspecto físico, su cultura (gramático). Son tópicos y opiniones comunes que circulaban en torno a su persona, dicho de otro modo, información de segunda mano.
No descarto que el cronista, si se trata de Diego Fernández de Valdillo, conociera al albardán antes de aquel momento, porque participó a varias misiones en la Corona de Aragón en las que se familiarizaría con el personal político y con la corte. Sin embargo, del personaje nos propone una visión exterior que parece excluir cierta familiaridad con él.
Entre los presentes al banquete, muchos de ellos eran extranjerosos. Es dudoso que conocieran ya al albardán y más verosímil que lo descubrieran durante su estancia en Zaragoza. En todo caso, no tardaron los Castellanos que acudieron a las ceremonias de la coronación a familiarizarse con él, como lo demuestra este dezir de Villasandino:
Este dezir fizo el dicho Alfonso Alvarez de Villasandino en loores del noble Infante don Ferrando quando era ya resçebido e se iva a Çaragoça para se coronar, e por quanto por ir con el Condestable viejo a grant priessa se le morio la mula, soplicandole e pidiendole merçet e ayuda para comprar otra.
Compuso el poema, en Zaragoza, donde llegó en el séquito del Condestable de Castilla, Ruy López de Avalos. En la copla 7, y última antes del estribillo final, se lee:
7. Si de aqui non vo librado
yo le juro a mosen Borra
que nunca trote nin corra
mas de quanto he trotado.
Esta invocación burlona de Borra, a modo de santo nacional aragonés, típica del humor de Villasandino, nos informa de que conoce al personaje y de que no ignora la fama que ha adquirido entre los súbditos de la Corona.
Avala esa suposición lo que Lorenzo Valla escribe respecto al personaje. Lo conoció cuando ya era muy mayor y deja de él un retrato que dista mucho de ser ridículo, a pesar de tratarse de un bufón de reyes. La cercanía que mantuvo Borra con el monarca Martín el Humano es patente, ya que estuvo a su lado en sus últimos momentos y vio como se le salía el alma en forma de una sombra que subía poco a poco de su vientre, testimonio que Valla pone en duda, pero sin descartarlo del todo («si de verdad vio esto o simplemente creyó verlo: Id uiderit ne, an uidere uisus sit»), 5). En el comentario de Valla se percibe toda la ambigüedad de la figura del truhán, cuyas palabras entremezclan ficción y realidad, hasta tal extremo que resulta prudente no desechar sus elucubraciones porque pueden tener una parte de verdad. El simple es interlocutor privilegiado de Dios, por lo que no hay que descartar lo que dice, por absurdo que parezca.
El doble testimonio del cronista y del trobador sugiere que mosen Borra fue protagonista de más de un episodio en aquellas fiestas y que desempeñó un papel relativamente sobresaliente. Como familiar del rey participaba, aunque fuera irónicamente, de su autoridad. De allí que se le ocurriera a Villasandino remitir a él para afianzar su juramento, dentro del tono festivo de la recuesta.
Por su parte, Francesc Massip matiza la versión del cronista:
Si el pavor, el llanto y los meados del instruído Antoni Tallander [Borra] fue real como relata la crónica, sería la constatación de la gran eficacia que tenía el aparato aéreo de la nube en la creación de verosimilitud y del enorme poder de hechizo que disfrutaba la ficción escénica en la sociedad medieval. Aunque quizás se trataba de una histrionada más del famoso Borra y que hubiera sido él el parlanchín que engatusara a cronista y espectadores, haciendo honor a su mester[2].
Si se tratara de una “histrionada” concebida por el propio Borra, habría que suponer que llevara una bolsa de agua, más o menos perfumada, para rociar, cuando subía en la nube, a las personas que se encontraban debajo de él, incluidos el duque de Gandía y la misma reina. Me parece que Massip le presta una excesiva, a la par que condenable, perversidad.
Estas observaciones no agotan la interpretación del pasaje de la crónica. Sigue pendiente la ruptura narrativa que señalo más arriba. Un lector moderno juzgará como una falta de gusto una irrupción tan procaz dentro de un espectáculo que pretende ensalzar la figura del nuevo monarca y de su esposa y proporcionar una lección a la vez política y religiosa a sus súbditos. O, si la admite como posible, no tendrá más remedio que admitir que nuestros criterios de valor no concuerdan con los que estaban en uso en aquella época.
El historiador de hoy está enfrentado a un conflicto insoluble y condenado a confesar su ignorancia. Bien es verdad que podría sugerir que el episodio de la burla interviene durante un acto dedicado a la reina y suponer que no hubiera sido posible en el banquete celebrado para el rey; pero se expone a ser criticado por abordar con ideas preconcebidas el tema de las relaciones de género, aunque se tratara de un pareja de reyes.
El rey de Turquía
El 19 de septiembre de 1415, el emperador Sigismundo hizo su entrada solemne a Perpiñán para reunirse con el papa Benedicto XIII y el rey Fernando sobre la cuestión del Cisma. Venía acompañado de un numeroso séquito y precedido por un personaje desconocido del cronista:
E delante del enperador yva vno que dezian que fue antes alçado rrey de Turquia, el qual el enperador lo prendiera en batalla, el qual le lleuaua el espada del enperador[3].
Ese personaje ni era turco ni fue preso en batalla por Sigismundo. Lo conocemos mejor desde los trabajos publicados por la Profesora Sieglinde Hartmann[4]. Oswaldo von Wolkenstein (1376/77-1445), noble tiroliana, se dio a conocer por su vida aventurera que le llevó a numeros países, al servicio de altos nobles del imperio. También es el autor de una obra poética cuantiosa y de calidad que le permitió figurar entre los más celebrados minnesinger. Durante el Concilio de Constancia, lo tomó a su servicio el emperador Sigismundo, con fecha del 16 de febrero de 1415. Entre aquel momento y la entrada solemne a Perpiñáñ (septiembre), Oswaldo había cumplido varias misiones diplomáticas. Entre otras, estuvo presente en la toma de Ceuta por el rey de Portugal Juan I, el 21 de agosto.
El cronista ignoraba la identidad exacta de ese personaje y, para definirlo, se limitaba a reproducir rumores que corrían sobre él. El causante de esa ignorancia era el mismo Wolkenstein, que se dedicó a manipular a los más altos personajes de la corte para difundir una noticia de su persona totalmente errónea. Uno de los medios que usó para engañar a sus interlocutores fue su aspecto físico, ya de por sí impresionante: era corpulento, tuerto y llebaba unas barbas muy pobladas. El emperador, cómplice de la superchería acentuó aún ese aspecto inquietante regalándole un vestido supuestamenent moro o turco.
Confiesa con cierto descaro cómo engañó a todos, incluida la reina Margarita de Prades, viuda de Martín el Humano, en su poema autobiográfico:
Ningún reproche merece / la bella Margarita por horadarme / las orejas con una aguja / según costumbre de su reino. / Aquella noble reina / colocó en ellas dos anillos de oro / más uno en la barba. / Con este arreo tuve que lucirme.
Se me confirió un título de nobleza / vizconde de Turquía. / Muchos pensaban que yo había sido / algún noble pagano. / Un preciosos vestido moro, de oro rojizo / me ofreció Sigismundo. Llevándolo, conseguí lucirme / cantar y bailar a lo pagano[5].
El pasaje citado de la crónica se redactó después de que el caballero hubiera recibido su título por obra de la reina viuda.
Oswaldo no reservó sus bufonadas a los Aragoneses, sino que hubo otras víctimas en la propia delegación del Concilio, como lo reconoce en su poema, donde menciona al duque de Lignitz y Brieg, y al señor de Ötting. Ese papel, que asumía plenamente entre los suyos, al parecer no pareció tal al rey Fernando ni a sus familiares. Al contrario, estos, y entre ellos el cronista, interpretaron sus extravagancias como un rasgo de su personalidad exótica.
Estos dos episodios presentan, pues, notables diferencias entre sí. En el primero, Borra cumple públicamente con su papel oficial de albardán de la corte, mientras que, en el segundo, el truhán es el que se burla de los demás. Verdad es que lo hace con la complicidad de su señor, el emperador Sigismundo, que de ese modo, – poco valiente hay que confesarlo -, expresa el profundo desprecio que sentía hacia sus huéspedes y hacia el papa. A este, Oswaldo lo califica, en el poema de “Pedrito, gato astuto / mozo malhumorado y lunático / cuya vieja calvicie ha caído”.
Por su parte, Benedicto no ocultó el desprecio que le inspiraba Sigismundo, pero lo hacía con mucha más finura, hasta tal punto que sospecho que el rey de Roma no lo percibió claramente. Dudo que el papa se dejara engañar por la superchería del rey de Turquía como les sucedió a los Aragoneses.
Noviembre de 2024
Bibliografía somera
Crónica del rey don Juan de Castilla. Minoría y primeros años de reinado (1406-1420). Edición y estudio de Michel Garcia, vol. Segundo.
– Cap. 328, pág. 716 [episodio de Borra]
– Cap. 369, pág. 782 [episodio del rey de Turquía]
[Episodio de Borra]
Massip, Francesc, “El personaje del loco en el espectáculo medieval y en las cortes principescas del Renacimiento”, Babel. Liitératures plurielles, 25 (2012), p. 71-96.
Valla, Lorenzo,
– Historiarum Ferdinandi regis Aragonae (1445-1446), Lib. II, VI, 5.
– Historia de Fernando de Aragón, edición de Santiago López Moreda, Madrid, ediciones Akal, 2002, pág. 148.
[Episodio del rey de Turquía]
Galíndez de Carvajal, Crónica de Juan II, Logroño, 1517, cap° CCXXXI, fol. xlix r.
Hartmann, Sieglinde,
– Sigismunds Ankunft in Perpignan und Oswalds Rolle als wisskunte von Türkei. In: Festschrift für A. Schwob. Graz 1997, pp. 133-139.
– “Oswald von Wolkenstein à Perpignan: Le chanteur courtois et son seigneur le roi Sigismond”.
Klein, Karl Kurt (ed.), Die Lieder Oswalds von Wolkenstein, 3e éd. Tübingen: M. Niemeyer Verlag, 1987 (= ATB 55 – édition critique).
[1] Los banquetes se dieron en el patio de la Aljafería. Se le puso un techo provisional. Este mucho más alto que el de cualquier habitación del palacio, lo que favoreció movimientos verticales amplios de los elementos, en este caso la nube.
[2] Massip 2012, p. 71-96.
[3] Galíndez de Carvajal, cap° CCXXXI, fol. Xlix r , presenta una redacción distinta del pasaje: “e assi llego a san Francisco donde auia de posar: leuandole delante del vn cauallero la espada la punta arriba esto porque entraua en tierra a el no subjecta y este que la lleuaua dezian que auia seydo rey de Turquia: e que el emperador lo auia prendido en batalla”.
[4] Hartmann, Sieglinde, «Sigismunds Ankunft in Perpignan und Oswalds Rolle als wisskunte von Türkei», in Durch aubenteuer müss man wagen vil. Festschrift für A. Schwob, eds. Wernfried Hofmeister & Bernd Steinbauer, Innsbruck, 1997, págs. 133-139.
[5] Klein 1987.