INGRESO DE ANDRES SEGOVIA EN LA ACADEMIA
DE
BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO
Domingo
8 de enero de 1978
Aquel domingo, vinieron a comer a nuestro piso de
la calle Juan Bravo José Antonio Bonilla, director del
Instituto de Estudios Giennenses (cf. En
torno a la edición de la Tesis sobre Pedro de Escavias),
y su esposa, la deliciosa María, tan graciosa como siempre con su acento granadino. Nos invitaron a
acompañarlos por la tarde a la recepción de Andrés Segovia en la Academia de
Bellas Artes de San Fernando. El acto tuvo lugar en el salón de la Real
Academia Española, por estar en obras el de Bellas Artes. Presidieron el acto
los recién coronados reyes (Franco había muerto en noviembre del 75).
En el salón abarrotado de gente, como era de
suponer, estaban presentes la joven esposa de Segovia y su hijo de nueve años
de edad, detalle que no podía dejar de llamarnos la atención, estando su padre
a punto de celebrar sus 85 años.
El padrino fue Joaquín
Rodrigo. El ritual de ingreso exige que el padrino salga a buscar al académico
novel para introducirlo ante sus pares. Al ser ciego aquél, lo acompañó otro
músico, el director Rafael Frühbeck de
Burgos. El encargado de recibir a Andrés Segovia fue el maestro Federico Moreno
Torroba, también muy anciano, ya que solo llevaba dos años al impetrante. Ver
reunidos a tantos músicos famosos fue algo impresionante. Regino Saínz de la Maza, otro guitarrista célebre, debió también estar,
ya que era miembro de la academia desde 1958 y solo murió en 1981, pero Andrés
Segovia no señala su presencia. También faltaban los compositores de la generación
siguiente, los cuales ingresarían unos años más tarde, Cristóbal Hálffter en 1983 y Luis de Pablo en 1989.
Estábamos deseando oír a Andrés Segovia tocar la
guitarra, aunque dudábamos si el protocolo lo permitiría o solo admitía un
discurso. Nos tranquilizó ver que llevaba su instrumento consigo. De hecho, lo
primero que hizo fue ofrecer un concierto, con tres obras, de S. L. Weiss, J. S.
Bach y H. Villa-Lobos. A continuación, leyó su discurso titulado, sin falsa
modestia, La guitarra y yo.
En él despachó a su antecesor, Oscar Esplá, con
unas palabras de elogio para la persona y su carrera de músico, pero sin dejar
de manifestar que no supo componer para guitarra:
[…] pues allá por el año 1920 me dio la alegría de dedicarme una espléndida
sonata, pero, ¡ay!, compuesta directamente por él para la guitarra. Mi contento
se convirtió en amarga desilusión.
No tuvo en cuenta el Maestro que la guitarra es como cantero de sendas
abruptas y laberínticas. Precisa el compositor que desee penetrar en él un
experto guía que lo acompañe y dirija en su siembra, si quiere que fructifique.
Unos me hacen nacer en Granada, y ni que decir tiene que agradezco
vivamente ese obsequio. Otros en Jaén, y hasta apoyándose en mi apellido, me
han hecho ver la luz en Segovia. […] Finalmente, han dado en el clavo: soy hijo de
Linares, lo que me enorgullece sobremanera. También hay discrepancia en cuanto
a la fecha de mi nacimiento. Se ha publicado que he venido al mundo en 1882, y
creo, sin vanagloria, que no aparento ser tan viejo. […]
También evocó los principales momentos de su
carrera, iniciada desde muy joven:
Mi completo despertar a la belleza heterogénea de la música ocurrió cuando
por vez primera escuché uno de los conciertos de orquesta que don Tomás Bretón
solía dirigir en el palacio de Carlos V, de Granada. […] Me había sentado en un banco de los
jardines cercanos, sin recursos para presenciar más cerca aquel milagro
sonoro; pero desde mi asiento, quieto y en éxtasis, se abrían todos los poros
de mi ser para que penetrase en mi alma el misterio de la música. Mi vocación
estalló en llamaradas.
Cuenta sus primeros conciertos públicos en Granada
en 1909 y 1910 y, al llegar a Madrid, en 1913, cómo consiguió su primer
instrumento de concierto que le regaló el “luthier” del Real Conservatorio,
Manuel Ramírez, en una escena que habría contado mil veces y tenía entonces los
visos de haberse vuelto mítica.
Después de recordar a los músicos a los que pidió
que escribieran para su instrumento y salvarlo así de un repertorio compuesto esencialmente
de adaptaciones, el primero de los cuales fue el mismo Federico Moreno Torroba,
concluyó del siguiente modo.
Concluyo con el temor de que mi discurso os haya producido irreprimible
somnolencia por lo inhábil y porque a los casi ochenta y cinco años no se
alojan ya en mi mente sino imágenes retrospectivas de mi vida.
Este colofón nos hizo mucha gracia, y no solo a
nosotros, porque a muchos no se les escapó que el rey intentó reprimir en
varios momentos unos bostezos, confirmando, lo que era un secreto a voces, que
la cultura le interesaba menos que otras actividades lúdicas.
Otro detalle de la ceremonia fue que, al finalizar
el acto, el servicio de seguridad no supo tomar las medidas idóneas para la salida
de los reyes, y estos tuvieron que cruzar el salón en medio del público. Lo
hicieron por el lado en el que estábamos sentados y nos rozaran al pasar junto
a nosotros. Aunque en aquellos ya lejanos años la paranoia no fuera la de hoy,
nos chocó el grado de improvisación que se manifestó en ese caso.
Fuente
La guitarra y
yo. Discurso leído por el
Excmo. Sr. Don ANDRÉS SEGOVIA TORRES con motivo de su recepción pública el día
8 de enero de 1978 y contestación del Excmo. Sr. Don FEDERICO MORENO TORROBA. Madrid,
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, MCMLXXVIII.