Mes: agosto 2022

Nota sobre la elaboración de El Viaje de Turquía

Nota sobre la elaboración de El Viaje de Turquía

 

La prioridad que se suele conceder, para las obras de un pasado lejano, al establecimiento de una edición “crítica” hace perder de vista que la creación literaria puede resultar de un proceso largo y a veces complejo, del que el término final no rinde exacta cuenta. Esta consideración se impone aún más rotundamente cuando ese proceso no ha llegado a buen fin, sino que fue interrumpido y abandonado. Este fue el triste destino de la obra llamada Viaje de Turquía, que no alcanzó a imprimirse en su tiempo.

Su tradición manuscrita es escasísima, pero en ella despunta el Ms 3871 de la BN de Madrid, no solo porque es el más antiguo de los pocos conservados y pudo pertenecer a su autor, sino porque un análisis detenido proporciona una información muy rica sobre los avatares que sufrió la obra en su proceso de creación y también en su difusión. El objeto de este trabajo no va más allá de este códice, aunque también recurriré puntualmente a otros tres, el Ms. 6395 de la BN, el Ms. 259 de Toledo y el 7112 de la RAE, a pesar de ser copias posteriores y de no estar tan estrechamente ligados al proceso creativo. Me interesan en la medida en que permiten colmar algunas lagunas, compensar algunas deturpaciones que el paso del tiempo provocó en el Ms 3871 e incluso dejar constancia de una etapa intermedia del proceso no documentada en el Ms 3871.

 

Manipulaciones codicológicas

Fols. 11-13

El texto de la obra empieza en el fol. 11 del códice Ms 3871, siendo ocupados los folios anteriores por la dedicatoria (fols. 1-3) y la “tabla muy copiosa de todas las cosas que en este libro se contienen. El número señala la plana” (fols. 4-10).

La copia del texto se interrumpe en lo alto del fol. 12 vuelto, después de 5 líneas, incompleta la quinta, que reproducen el inicio del parlamento de Panurgo (Matalascallando): “Llamo cosas grabes también os de importancia […] pensáis que en las aldeas no saben zebar las gallinas con el pan del zurron y tomarles la cabeza debaxo del pie?”. A continuación, se lee un reclamo: saltar “al pie”.

Viene luego un fol. en blanco. El siguiente, numerado fol. 13, empieza con un párrafo de 16 líneas que han sido tachadas, aunque las tachaduras no impiden leerlas. Al final del pasaje tachado, reanuda el texto de la obra interrumpido en el fol. 12 v, después de la palabra “pie”, subrayada, que remite al reclamo de aquel lugar: “Bien podeis creer que no se dexan morir …”. En el margen, […]sier aqui / ojo] con un índice apuntando.

Las 16 líneas, a pesar de interrumpir el curso del diálogo, no son totalmente ajenas a la obra, sino que ofrecen una versión menos extensa del texto contenido en el fol. 12, desde las palabras de Panurgo (Matalascallando): “Mejor me ayude Dios que yo los teng[a] por cristianos quanto mas por buenos. Ni precepto de todos los de la lei guardan”, hasta la interrupción del fol. 12 v.

En la columna A, reproduzco el pasaje tachado y, en la B, el texto de ese mismo pasaje que figura en el códice en los fols. 12r y v, colocando frente a frente los pasajes da cada versión que comparten elementos comunes.

 

A

que yo los tengo por christianos quanto mas por buenos, ni precepto de todos los de la lei ellos guardan.

 

 

 

Sino dezidme ¿quantas vezes los habeis visto confesar y oir missa?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

pues en lo de la rrestitucion nos (sic por “uos”) querria  preguntar quanto os han restituido porque no tienen que pues tan poco les habeis dado. Pero quando les habeis visto o oido.

Juan. Restituir no les he visto, pero vender muchas camisas y pañizuelos que mugeres devotas les dan, infinitas vezes, entre las quales, sin ir mas lexos, esta semana vendio vno tres y se andaba con todo el frio que hazia en viuas carnes.

Mata. El medio camino tenian andado si la justicia supiera hazer su oficio.

Juan. [con p…] por que para darse los çiento azotes que meresçia no hera menester desnudar.

Juan. Son tan ipocritas los jueces que pensarian que pecaban en ello.

Mata. Quantas vezes se deben por [esas?] ypocresias de descuidar en hazer su ofiçio.

 

 

 

 

Y estos otros bordoneros, pensais que no saben en las aldeas zebar las gallinas con el pan del zurron y tomarles la cabeza debajo el pie

B

que yo los tengo por xpianos quanto mas por buenos. ni preçeptos de todos los de la lei guardan.

Apat. eso es mal juzgar sin mas saber.

Pan. ellos primeramente no son naturales de ningun pueblo. y jamas los vi confesar, ni oir misa, de (?) antes sus boçes ordinarias son a la puerta de la iglesia en la misa mayor. y en las menores de persona en persona que avn de la deboçion que quitan tienen bien que rrestituir y no mespantan estos tanto como el no advertir en ello los que tienen cargo del (?) que jamas ubo obispo ni probisor ni visitador, ni cura. ni governador, ni corregidor que cayese en la quenta de ver como nunca estos que piden por las iglesias oyen misa y si las oyen quando. al menos yo en todas las horas que se dizen mirando en ello todo lo posible no lo e podido descubrir avn quando alzan apenas se ponen de rrodillas ni miran alla. pues en lo de que dexistes de la rrestituçion querria preguntaros no quanto os an rrestituido por que no tienen que pues tampoco les aveis dado. pero ¿quanto aveis visto u oido que an rrestituido?

Apat. rrestituir no les vi jamas. pero vender hartas camisas y pañizuelos que mugeres devotas les dan infinitas vezes entre las quales por no ir lexos esta semana vendio vno tres y se andaba con todo el frio que hazia en bibas carnes.

 

Pan. que bien andada tenia la mitad del camino para los çient azotes que meresçia si el corregidor lo supiera hazer. mas ai algunos ministros destos quel rey tiene para la justiçia tan ipocritas en estos pequeños negoçios que pensarian que pecaban gravisimamente en ellos avnque mas acostumbrados esten a pasar sobre peine casos mas /12v/ graues

Apat. no es poco grave este.

Pan. llamo casos graves como ellos tambien los de importançia que ai en que ganar y de que sacar las costas. y estos otros bordoneros ¿pensais que en las aldeas no saben zebar las gallinas con el pan del zurron y tomarles la cabeza debaxo el pie?

 

 

El pasaje tachado en lo alto del fol. 13r del Ms 3871 tiene una extensión equivalente al 47% del pasaje correspondiente de la versión B: 1027 / 2168 espacios [Las dos versiones (fols. 11-12 y texto tachado) se deben al mismo amanuense, el cual reproduce el tamaño de las letras así como la disposición y número de líneas, lo que hace posible la comparación.]. Si aplicamos esa proporción a la totalidad del texto que encabeza la obra, el cual alcanza 6855 espacios en la versión B, se obtiene para la versión A la cifra de 3220 espacios, el 42,5% de aquella.

La totalidad de la versión B cubre dos folios y medio + 4,5 líneas en el verso del segundo folio. Para la parte del texto A que no se conserva, en caso de mantener esa versión con la B la misma proporción que en la del pasaje tachado, cubriría algo más de 1 folio (1,17), lo que coincide, si se sustraen las líneas reproducidas en el fol. 13r, a un folio.

Según esta hipótesis, el texto que antecede el pasaje tachado estaría copiado en un solo folio. Este debía de estar entero, porque una vez suprimido y sustituido por los dos nuevos folios, quedaba el final de la versión descartada que se conserva, aunque tachado, al principio del fol. 13r.

Esta hipótesis queda reforzada por la numeración que aparece en el verso de cada folio e indica el número de la plana correspondiente al verso de cada folio. La sucesión de cifras visibles, todas pares como corresponde al verso del folio, empieza con un 4, en fol. 13v, lo que significa que la numeración de los fols. 12v y 13r era 2. De ello se deduce que el primer folio del texto era el actual folio 12r, que se limitaría a esa cara de folio, sin numeración propia. Por lo tanto, la conclusión verosímil es que el texto de los folios 11r-12v sustituye a un texto más breve que cubría un solo folio más el fragmento tachado en lo alto del fol. 13r [Para completar este examen codicológico, conviene apuntar que los folios 11 y 12 se señalan por una tinta más oscura que la que se usa en el resto de los códices].

Esa primera redacción de las primeras páginas del diálogo fue arrancada del Ms 3871 antes de que los otros manuscritos conservados realizaran la copia del apógrafo.

 

Fols. 58v-59r (45r del Ms. 6395)

El final del fol. 58v ofrece otro caso nada fácil de dilucidar, tanto más cuanto que los folios de esa parte están muy deturpados.

Las dos palabras que cierran la línea 36 y última, (“vendes vna”), están tachadas y se han añadido, fuera de la caja de escritura, dos líneas más de un texto que no se conserva en los demás códices. Este texto añadido prosigue en el margen interior del folio siguiente (59r). Lo reproduzco aquí:

58v/ hagote saber que si no te vuelves cristiano y te encomiendas a dios yo no te hallo cura y de hacer esto se te seguirá provecho en el cuerpo y en el alma. Mata. Pues ¿tan indiscreto eras que le deçias cosa con que / 59r margen/ aconsejas / al pagano / …. / …. / .. lo que le / conviene / y si no lo / hiziere / .. irse con / sus peca/dos / … / … / … ter. / … / al infier/no enfin / el murio / y ubo tan/tas ciri/monias / y llantos / quanto te po/dre en/carecer de manera / que en mu/ … / riendo / … / Pedro. estaua / tenblan/do

El texto del MS 3871 (fol. 58v) se interrumpe en la línea 13 del fol. 45r del Ms. 6395 [El lugar viene señalado con un corchete a lápiz, debido sin duda a un lector moderno] y se reanuda a la altura de la línea 7 del fol. 46r [Lugar igualmente señalado con un corchete a lápiz]. Teniendo en cuenta la densidad de texto dentro de la caja de escritura en cada uno de esos códices (algo mayor en el Ms. 3871 que en el Ms. 6395), se puede afirmar que lo que se ha perdido del Ms. 3871 ocupaba 1 folio y no es atrevido suponer que el fragmento perdido del Ms. 3871 es el mismo que el conservado en el Ms. 6395 (y los Mss de la RAE y de Toledo que son idénticos al Ms 6395).

 

La pérdida de ese folio no interrumpe la continuidad del texto en el Ms. 3871. Del mismo modo que no se observa ninguna ruptura entre el añadido del final del fol. 58v y el del margen del fol. 59r: “Pues ¿tan indiscreto eras que le deçias cosa con que / 59r margen/ aconsejas / al pagano […]”, tampoco la hay entre el final de ese inciso marginal y el texto copiado a continuación, aunque aquel no hubiera alcanzado quizás su redacción final: “enfin / el murio / y ubo tan/tas ciri/monias / y llantos / quanto te po/dre en/carecer de manera / que en mu/ … / riendo / … / Pedro. estaua / tenblan/do 59r/ de miedo que algun turco no me diese algo que no me supiese bien […]”.

La conclusión lógica es que el folio fue suprimido voluntariamente, sin duda por considerar el autor que se podía prescindir del episodio en el que Pedro se atreve, en contra de toda verosimilitud, a convencer al Pachá de arrepentirse en trance de muerte.

 

Es interesante observar que el Ms. 3871 ha sido objeto hasta aquí de dos manipulaciones de signo contrario: un añadido al principio del texto y una supresión en este pasaje. Se deduce que el mismo códice sirvió de ejemplar de trabajo en un momento dado.

Si es posible encontrar una explicación satisfactoria a esas dos intervenciones, no se entiende por qué la numeración de las planas conoce, a partir de ese lugar, un desorden notable.

Esta se mantiene regular hasta el fol. 58v del Ms. 3871, donde alcanza la cifra de 94. La numeración del fol. 59v se ha perdido por degradación del papel. La numeración se reanuda con la cifra 101 en el fol. 60v. Si el salto no resulta de un error, habría que suponer que se ha perdido el texto de las dos planas numeradas 96 y 98 más la de una hoja suelta, necesaria para enlazar con el número 101 que viene a continuación y explicar cómo se pasa de una numeración par a una impar. Por mucho que se busque, ninguno de los códices de la tradición textual de la obra contiene rastro de una pérdida de tal extensión en el texto que conservan. O habría que suponer que esos dos folios y medio supuestamente perdidos contenían un episodio completo que luego se retiró, lo que es mucho suponer. Lo más probable es que la numeración de las tablas se hiciera después de la supresión de este folio y que el encargado de ponerla, que ni fue el autor ni tampoco el copista, confundió la pérdida de un folio con la de un cuaderno, e incluso perdió los estribos hasta sustituir la numeración par por la impar, lo que es absurdo, tratándose de numerar dos caras de folio enfrentadas.

Para concluir este apartado, conviene señalar que las dos líneas finales del fol. 58v y la nota marginal del siguiente parecen no haber alcanzado el mismo grado de elaboración. El de las dos líneas del fol. 58v es copia imperfecta de un texto ya elaborado, como lo demuestra el añadido interlineado de “a dios”, elemento imprescindible si lo hubo (“encomendarse a dios”). En cambio, la nota marginal es un “premier jet” que el autor iba emendando a medida, de ahí las numerosas palabras tachadas que he dejado en blanco en la transcripción.

 

Del fol. 100v al fol. 101r

Cuadernos desplazados

A pesar de que la numeración de los folios no presenta ningún salto, la de las planas, que pasa de la cifra 181 a la de 219, indica que desaparecieron 18 folios de ese lugar del códice.

Identificar el contenido de esos 18 folios cuyas planas llevaban la numeración 183-217 no resulta demasiado difícil, por cuanto el capítulo (o como se le quiera llamar) Turcarum origo ocupa una extensión similar al final del MS. 3871 y del Ms. 6395.

Los cuadernos del Turcarum origo, tal como se conservan en el Ms. 3871, no llevan numeración de planas, lo que significa que no son los que fueron arrancados de su lugar primitivo, sino que resultan de una copia ulterior, que es la que fue colocada al final del volumen.

Esa nueva intervención es distinta de las dos ya comentadas, en la medida en que no incide tanto en el texto de la obra como en la disposición de su contenido, lo que confirma que el Ms. 3871 sirvió de copia de trabajo a su autor. [La nueva copia de esta sección presenta enmiendas similares a las de lo demás del códice, pero por su estado de conservación bastante degradado se ha perdido algunos fragmentos. Ana Vian y Florencio Sevilla los han compensado en su edición, recurriendo a otros códices.]

 

  Nueva distribución del Ms. 3871

El folio 100v se interrumpe con estas palabras: “que me habeis dado vna cama con sabanas del/” a las que siguen por lo menos tres líneas en letra distinta, ligeramente fuera de la caja de escritura:

/gadas y olorosas y todo lo demas tan agusto que me ha hecho perder el Regaloder el con que me vi en el cautiverio que / [habeis oido] y demomento a momento doy y e dado mil gracias a dios que de tanto trauajo me libro y en tanto con comen/ [……….] muy ocupados al presente [quiero que]

[De la tercera línea solo pueden leerse las últimas palabras. Bajo estas, se percibe el rastro de algunas letras, que podrían ayudar a colmar la breve laguna entre “al presente” y “me saqueis”. Por eso las incluyo, aunque entre corchetes, al final de este fragmento.]

 

Las cinco primeras líneas del folio siguiente (101r actual), que sustituyen a las que iniciaban el folio, están copiadas sobre una banderilla que ha sido pegada por encima del texto preexistente:

me saqueis de vna duda en que me tiene puesto mi entendimiento y es que quando / vn turco pide a vn cristiano se buelua a su peruersa seta de que suerte / se lo pide y el orden que tienen que estaran seguros de el / para le tomar [una línea tachada] / y la legalidad y juramento que conforme a su seta [tachado] le toman / da. Pedro. Toda su seta consiste en que alçado el dedo…

 

Los códices Ms. 6395 (fol. 91r) y el de la RAE (fol. 85r) nos permiten conocer en qué consistía ese texto de principios del fol. 101r antes de su modificación. Lo que viene a continuación de “que me aueis dado una cama con sabanas del/” [“sabanas del” termina la línea, pero se supone que es mera casualidad.], dice así:

que quiere deçir salomon soltan çelim prinçipe de paz murato desseado mustafa mo. y son de señores ybrain çenam. rustan pirino apostanes ma mima hemet, alli hahamat, caziom, rustieph a los otros esean. der pherrat a moços llaman siempre. cheremet que quiere deçir agudo y del dia que se çircunçida. no paga mas tributo al Rey. Juan. Pues no se diçen algunas palabras ni nada. Pedro. Toda su seta consiste en que alçado el dedo…

En los dos códices, el texto no ofrece ninguna interrupción, siendo el único detalle que distingue a uno de otro que el de la RAE ha transcrito la última palabra del fol. 100v en “de”, en lugar de “del” y la ha unido a la secuencia siguiente: “vna cama con sabanas. de que quiere deçir salomon”. Aparentemente, el copista ha querido restituir un mínimo de coherencia sintáctica al pasaje, sin que se pueda deducir cual de los dos códices (3871 o 6395) está copiando.

El testimonio del Ms de Toledo (fol. 144r), en cambio, propone una lectura original de las últimas palabras del fol 100v: “Pedro. ¿como lo habia de pasar sino muy bien que me habeis dado vna cama con sabanas que no ha sido para mi poco regalo?”. A continuación el texto reproduce la intervención de Juan: “Es tanto el gusto […]”. El contraste con la redacción de Ms 3871 no puede ser más flagrante: la mayor brevedad frente a una formulación enfática; una frase perfecta frente a un borrador. Paradójicamente, ese mismo contraste no excluye, ni mucho menos, que las dos redacciones tengan que ver una con otra como lo sugiere la presencia del vocablo “regalo” en las dos, pero también su común carácter conclusivo. Es lícito pensar que la del Ms 3871 es el borrador que desembocó en la del Ms de Toledo. En un primer momento, el autor cede a la tentación algo lúdica de prolongar el diálogo lo más posible. Luego le parece más urgente concluir.

 

Comentario

En el Ms. 3871, el texto ha sufrido una doble manipulación: se ha completado la frase interrumpida en “sabanas del”; y se ha recompuesto el breve fragmento que encabeza el folio siguiente para reanudar con el texto compartido por ambos (“Pedro. Toda su seta consiste en que alçado el dedo…”). Es un fenómeno similar al enlace entre los fols. 58 y 59: después de suprimir varios folios del texto, se redacta una breve transición entre los dos fragmentos que, por sustracción del folio arrancado, se habían vueltos contiguos.

Los copistas del Ms. 6395 y del de la RAE reproducen mecánicamente lo que se les ofrece, sin percatarse de la evidente laguna que supone la interrupción de una frase al final de un folio y la falta de conexión con el texto que encabezaba el folio siguiente. De otro modo, hubieran indicado, aunque solo fuera con una línea en blanco, que faltaba algo entre folio y folio. Con todo, se les debe agradecer su ciega fidelidad al modelo, porque nos ofrecen una referencia exacta del contenido del códice que iban reproduciendo.

El copista del Ms de Toledo ha tenido acceso a un modelo distinto del Ms 3871 actual: primero porque no se había sustraído aún el primer folio del capítulo sobre la religión de los Turcos; y también porque la frase puesta en boca de Pedro de Urdemalas se concluía con siete palabras más allá del final del fol. 58v actual y que, del texto primitivo, se había suprimido todo lo que sigue a “sabanas”, incluido “del”, inicio de “delgadas”, que se mantiene hoy al final del folio. De todo ello se deduce que la disposición del texto no coincidía entre ese modelo seguido por el copista de Toledo y el Ms 3871 y, si fue una copia de éste, se hizo antes de la sustracción del folio siguiente, lo que añade mayor profundidad cronológica al proceso que llevaría hacia la versión final de la obra.

Lo que importa subrayar es que el autor sustrajo de su obra algunos pasajes que no le convenía conservar. Los motivos exactos, los desconocemos, y solo podemos emitir hipótesis, como la que he enunciado más arriba en el comentario de los fols. 58-59. La mejor explicación reside en el carácter monotemático del pasaje concernido, el cual facilita su supresión al no influir en la continuidad de la obra, sino, al contrario, al interpretarlo como un inciso. En este caso, el tema es la práctica de la circuncisión y el ritual que la rodea, que en un momento dado pensó el autor que no merecía que se le concediera tanta importancia, por la razón que fuera. Además, la transcripción de términos y nombres árabes ofrecía tal dificultad, como lo demuestran de sobra las deficiencias del Ms. 6395, que pudo incitar al autor a renunciar a conservarla.

 

Tabla

Este índice temático fue compuesto cuando el Turcarum origo seguía en su sitio inicial, después de las andanzas de Pedro de Urdemalas. Así se explica que las menciones de Bayaceto, que inicialmente se encontraban en la plana 189, en la composición actual del códice estén situadas en los fols. 146v y 147r, donde falta la numeración de plana.

 

Dedicatoria

La reproducen todos los códices.

Un detalle curioso, interesante para relacionar los códices entre sí, consiste en que el copista del Ms 6395 dejó un blanco al final, porque no supo interpretar la palabra “europa”: “y lo poco que de ….pa le queda”. La misma dificultad encontró el copista de la RAE, aunque intentó colmar la laguna: “y lo poco quedel. evřo pale queda”.

Por otra parte, los copistas del Ms 6395 y el de Toledo inician el texto del diálogo a continuación, al final del folio con la fórmula “Initium sapientiae timor Domini” y la mención del nombre de los tres protagonistas. Los dos prescinden de la tabla (también el de la RAE).

El exemplum de Artaxerxes se reproduce en el Ms 3871 y en el de la RAE inmediatamente después de la dedicatoria y de su fecha. De esta el Ms 3871 precisa el año 1557, aunque tachándolo; el de la RAE, no lo menciona, ¿interpretando al pie de la letra la tachadura de su modelo?

 

Enmiendas textuales

 

Como suele ocurrir en cualquier texto manuscrito, este lleva correcciones o enmiendas de varios tipos.

 

            Errores de copista

Las menos significativas son los fallos del transcriptor. Los errores se corrigen bien tachando la palabra que sobra, bien sustituyéndola sobre línea, o compensando en el margen alguna laguna, fenómeno que se da en muy contados casos. He aquí una enumeración de las enmiendas más frecuentes, cada una ilustrada por algunos ejemplos:

– Palabra mal interpretada (“negras” por “mitras”, 34r; “aqui” por “a que”, 34r; “con toda la ber breuedad”, 110r);

– Vocablo transcrito de manera anticipada (“de man mata. de manera”, 28r; “otro medico judio catalan dezia enemigo suyo dezia”, 108v);

– Palabra omitida (“mata”, 34r);

– Palabra indebidamente repetida.

Alguno que otro de esos errores es un acto reflejo, como el divertido fallo en la transcripción del refrán italiano que dice “aqui somos como dizen los italianos, padre, hijo y pregonero”, en el que el copista sustituye mecánicamente a la última palabra “spiritu santo”, 17v.

Esos fallos son habituales y relativamente poco frecuentes, como corresponde a una copia cuidada, que sin duda fue revisada atentamente.

 

            Enmiendas redaccionales

Mucho más interesantes son algunas correcciones que sugieren que la copia pudo también hacerse bajo dictado, porque algunas enmiendas parecen introducidas al filo de la pluma, como si el autor estuviera en condiciones de modificar, a medida que se copiaba, una redacción anterior que tenía bajo los ojos: “porque a los parleros que dirían fueron la causa”, 33v; “allende de mas de que seriamos”, 118r; los capitanes patrones dellos, 78v; “se benden dos mill dellas de todas”, “y alli donde las mete”, 119r; “el qual le y tomar se ha la residencia y residira en su lugar” 126r (sobre el alojamiento de un nuevo embajador recién nombrado); “tiene de ser de lado. la plater no tengais miedo”, 136r (el autor renuncia a hablar de la platería en aquel lugar; más abajo evocará “La plateria mejor y mas caudalososa que la de nuestra corte”.

La gran mayoría de las enmiendas atañen al estilo. El revisor tiene especial interés en evitar repeticiones de palabras en una misma frase o a unas pocas líneas de diferencia: “El baxa al cabo destos días”, 34v (“Zinan baxa” en la línea anterior); “pues aina”, 115r (“pues” ya en la línea anterior); “quinientas ropas de brocado”, 121v (“ropas” dos líneas más arriba); “que como la sabana toma la mayor parte que buelue a la parte de afuera”, 124v; “a proposito deste juan maria lo que vi”, 125r (“juan maria” en la línea anterior). Especial atención presta el revisor a algunas fórmulas que debían ser habituales bajo la pluma del autor, como “por cierto”. La utiliza tres veces en el fol. 84v, de las que solo se conservará una: “P. no se por çierto al menos / l. 23: P. de la sancta mucha por çierto … P. desa no por çierto”.

También se preocupa por aligerar la formulación, suprimiendo elementos que no juzga imprescindibles. Esas enmiendas tienden a favorecer la viveza del estilo, como lo exige la forma del diálogo, sin obstaculizar la comprensión: “en vn cofrecito de marfil. solamente no nos falta sino pluma de las alas”, 20r; “y nada cumplen. Luego dezir os an”, 27v; “y que entre todos”, 29r; “que no saldrá de alli”, 33r; no falta mucho e buen pan a comprar barato y la merçed de dios”, “y vesele el pie, y luego tras el la mano”, 34v;40r; “que les curase algunos males viejos”, 48r; “Juan. abraham dizen que edifico aquel templo? P. si hallan escrito”, 106r.

Otras enmiendas consisten en sustituir una palabra por otra, con vista a mejorar el estilo (cuando la nueva lección viene interlineada, la transcribo en cursiva): “como tiene la cola grande ciega va zegando el camino” 26r; “començaron a tomar me comigo doblado odio”, 27v; “juan. que es despalmar? Pedro. vntarlas darles por debaxo con sebo”, 29r; “y traya venia cargado”, 35v; “y cargados molidos”, 39v; “dezilde añado digo tambien … todo lo que digo dicho ser verdad”, 45r; “verdaderamente çierto”, 49r; “a medio ducado de paga cadal dia”, 113v; “de abril de año del su nasçimiento de christo”, 126r; “tiene de ir va el baxa”, 126r.

También hay algún que otro añadido que no pasó del intento [Por ese motivo, no ha sido recogido en los otros códices]. Así, en el margen inferior del fol. 44v, se ha copiado el inicio de una intervención de Juan, que no llegará a completarse (en cursiva el texto añadido): “y despues de dezir que el xpiano lo habia muerto.// mata. ¿hera hermosa? P. ni como diana no la hai de aqui alla mas no habeis visto por. los judios ya yo sabia que / 45r/ sin haberme visto”. Parece ser que el autor quiso cortar el soliloquio de Pedro de Urdemalas que juzgaría excesivamente extenso y finalmente renunció.

 

Posibles casos de censura

Capítulo aparte merecen las enmiendas que consisten en supresiones sin sustitución ni compensación de ninguna forma. Los pasajes concernidos generalmente están tachados de manera que no se puedan leer; solo se conoce su contenido por el Ms. 6395 que fue copiado antes de esas intervenciones.

En el fol. 103r se lee: “y beberan para matar la sed vnas aguas dulzes como azucar y cristalinas con las que se les cresçera la vista y el entendimiento y veran de vn polo a otro. Mata. y si comen y beben ¿no cagaran en el paraiso? P. maravillabame como no saliais ya. toda la superfluidad ha de ir por sudor de mill delicados manjares que tienen de comer y han de tener muchas moças […]”. Se suprime la réplica de Mata, no tanto, supongo, por atentar a la religión, que al fin y al cabo es la musulmana, como por ser trivial y escatológica. El autor pudo o debió tachar lo que sigue, hasta “comer” para borrar todo el pasaje en cuestión; no lo hace aún a riesgo de desconcertar al lector ante esas “superfluidades” no anunciadas en el texto censurado.

Dos referencias al arcángel Gabriel han sido tachadas, aunque en contextos distintos. En una de ellas (fol. 102r), se suprime la referencia a la entrega del Corán a Mahoma: “Juan. ¿con quien diçen que se le embio dios? P. con el angel gabriel. En otra, se ha sustituido la mención del arcángel por otra mucho menos comprometida (en cursiva, el texto de sustitución): “en vn cofrecito de marfil. solamente no nos falta sino pluma de las alas del arcángel sant Gabriel esas del gallo de santo domingo/ Pe. esas […]”.

El tema de las reliquias que aquí se toca es de los que han dado lugar a más intervenciones de esta clase, como en el fol. 20r (en cursiva, el texto de sustitución): “Mata. por amor de dios no hablemos mas sobresto. sino de aquellas reliquias grandes que dize Los cabellos de nra sra la leche la espina de Xpo el dinero las otras reliquias de los sanctos  al rio que dize que lo traxo el mesmo de donde estaba. pedro. es verdad”.

La más sustanciosa es esta (en cursiva el texto tachado):

por que el templo de salomon avnque den mil escudos no se dexaran ver: ni demás desto a los devotos no faltan algunos fraires modorros que les muestran çiertas piedras con vnas pintas coloradas en el camino del calvario, las quales dicen que son de la sangre de Christo que avn se esta alli y çiertas pedreçillas blancas como de yeso dicen que es leche de Nra Señora, y en vna de las espinas esta también çierta cosa roja en la punta que diçen que es de la mesma sangre, e otras cosas que no quiero al presente decir […], 18v

La supresión del texto tachado, que se conserva en la copia del Ms 6395, no incide en la comprensión ni en la estructura de la frase. Lo que se suprime es una ampliación que pudo juzgarse a posteriori como innecesaria. Sin embargo, para el lector que conozca la versión amplia, la ausencia del pasaje se deja notar, en la medida en que se podría esperar una enumeración y esta queda confirmada en las primeras palabras siguientes “y otras cosas”).

 

Repentirs del autor

Se da un caso en que un pasaje fue tachado y luego repuesto sin cambio interlineado para conservarlo: “que lo he visto en vn ospital de los sumptuosos de España que el qual no le quiero nombrar pero se que es real pero se que es real”, fol. 16v.

Más sorprendentemente, en el fol. 103r la tachadura se produce dos veces: “Y los que llamaren a dios por tiempo al fin saldran avnque tarde, los que le blasfemaren quedaran por siempre jamas”. Después de tachada, la frase ha sido repuesta sobre línea, y este añadido tachado a su vez.

Estas intervenciones pueden traducir cierta duda, por no decir perplejidad, por parte del autor, pero también puede significar que el censor no era el autor, y que, en muy contados casos, este quiso oponerse a la decisión radical del revisor. De estos dos ejemplos se podría deducir que las tachaduras señaladas más arriba se debieran también a una persona distinta del autor, si bien fueron aceptadas por él.

 

 

Consideraciones finales

Se ha escrito y repetido que el Ms. 3871 no es un borrador. Es una discusión bastante vana porque el término es demasiado impreciso y el borrador único es una entelequia. En cierta medida resulta vano también descubrir si es autógrafo, salvo si se quiere identificar al autor de una obra anónima por medio de su grafía. La pretensión no deja de ser exorbitante y, en realidad, solo sirve para rechazar ciertas atribuciones, al no coincidir la grafía del manuscrito con la del autor supuesto. Esas dos posibilidades no agotan las relaciones del autor con un manuscrito, como parece demostrarlo el inventario de correcciones del que doy aquí una muestra. Esta permite identificar tres clases de interventores: dos visibles, uno individual más otros plurales; uno virtual. El primero es el copista; los otros, los que introducen observaciones al margen o subrayan pasajes. Entre esas dos clases de interventores, que no coinciden cronológicamente, está el autor, interventor eficiente en la medida en que se observa muchas veces su presencia en el texto, aunque no se haya manifestado con su propia mano. No descarto que el copista y el autor se confundan, aunque lo dudo, porque varias erratas se corresponden demasiado con los avatares de la reproducción de un modelo como para poder atribuirse al mismo autor. Además, habría que demostrar que la letra del amanuense no es la de un profesional y que el autor había alcanzado un dominio práctico tan alto como el que se observa en el Ms. 3871. Basta con comparar con Ms. 6395, aun admitiendo que fuera algo posterior lo que puede haber influido en el tipo de escritura.

No comparto el punto de vista enunciado por Marcel Bataillon (Erasmo y España, n. 2 de las págs 669-670). Las tachaduras no son pocas, sino consecuentes, porque no hay folio que no la tenga. Por otra parte, en contra de lo que escribe, esos “arrepentimientos de composición” no pueden atribuirse a ningún copista. En cuanto a “los ligeros retoques que consisten en suprimir una o varias palabras inútiles”, su acumulación compensa el que sean ligeros y no se entiende cómo un copista podría intervenir en ese campo sin incurrir en una fulminante condena por parte del autor, al meterse en lo que no le corresponde. El revisor, que para mí es el mismo autor, manifiesta allí un prurito de estilista innegable, como quien sabe que el demonio está en los detalles.

En cambio, estoy conforme con la hipótesis que adelanta Bataillon según la cual “esta copia se hizo bajo la vigilancia del autor que completaba y retocaba su texto”, hipótesis de la que no podemos dejar de constatar que contradice radicalmente sus afirmaciones anteriores. Es la posibilidad mejor para conciliar las aparentes contradicciones que contiene el códice.

El proceso de creación de una obra literaria da lugar a sucesivas etapas, desde la reunión de un material de base o la redacción de unos primeros fragmentos, hasta la puesta en limpio de una redacción preliminar considerada como suficientemente elaborada para adquirir vida propia. Lo que interesa es reconstruir ese proceso en cada una de sus etapas. El análisis de los manuscritos en su materialidad ofrece una información no desdeñable al respecto. Del Ms. 3871 se puede afirmar que nos permite conocer el proceso de composición de la obra a través de la constitución material del volumen.

 

  Concepción de la obra

Nos consta que la concepción de la obra ha conocido varias etapas. La primera secuencia de texto, que cubre el relato que hace Pedro de Urdemalas de su cautiverio y de su vuelta a Burgos, tiene un estatuto aparte. Es el núcleo de la obra y por sí solo justifica la existencia de esta. La versión que se copia en este códice, si bien ha alcanzado un grado de elaboración avanzado, será objeto de varias modificaciones ulteriores destinadas a mejorarla según un criterio que solo puede pertenecer al autor. Por consiguiente, más exacto sería caracterizar el códice como “manuscrito de autor”, por cuanto la mano de quien concibió la obra ha dejado rastros identificables. La reescritura del principio del diálogo es la más clara de esas intervenciones, ya que se materializa en una redacción ampliada del principio del texto (fols. 11-13). De hecho, es un pasaje que exige una atención especial por parte del autor, porque es un diálogo “puro”, entre dos personajes de similar importancia y que se dan a conocer a través de los temas que tratan y de su manera de considerarlos. La composición del diálogo no exige tanto cuidado desde el momento en que interviene el tercer protagonista, ya que la voz de Pedro de Urdemalas se impone a la de los otros dos. Las intervenciones de Juan y Mata, breves y generalmente expresadas bajo forma de preguntas, tienen como objeto principal conseguir una aclaración o una precisión y su mayor efecto consiste en interrumpir a trechos el soliloquio de Pedro, que amenaza ser farragoso. Esa reescritura del principio, puede que traduzca también, por parte del autor, cierta falta de familiaridad hacia un género literario no tan fácil de manejar, y quizás también, la toma de conciencia de que, una vez acabado, el texto merecía un pórtico más elaborado que el inicialmente redactado.

Este hecho manifiesta también ciertas vacilaciones estilísticas, siendo la más patente la atribución de nombres griegos o romances a los personajes. Bajo la sentencia Initium sapientiae / timor domini que encabeza el primer fol. del texto, el 11 r, el autor indica los nombres de los personajes del diálogo: “Apatilo, Panurgo Pollítropo”. A lo largo de los fols. 11 y 12, se designa a cada locutor alternativamente por Apa. (Apatilo) y Pan. (Panurgo) [Pollítropo no aparece en ese fragmento]. Desde el fol. 13, los nombres griegos quedan sustituídos por los de Juan de Votoadiós (Apatilo), Mátalascallando (Panurgo) y Pedro de Urdemalas (Pollítropo). Lo lógico es suponer que inicialmente el autor había pensado en darles nombres griegos, idea que abandonaría más adelante para optar por otros, romances. Pero esta explicación cuadra mal con la materialidad del códice. En efecto, el cambio se produce primero en el fragmento de 16 líneas tachadas al principio del fol. 13 para mantenerse sin solución de continuidad en la totalidad del códice. Por consiguiente habrá que suponer que la versión del principio del diálogo de la que solo se conserva el final (las 16 líneas tachadas) fue la que impuso esa opción onomástica. El hecho no deja de ser sorprendente, porque contradice la cronología de las dos versiones, en la medida en que lo que se supone ser una versión inicial, por la doble característica de ser fragmentaria y haber sido abandonada a favor de la versión nueva, es la que avala ese cambio mayor y definitivo, característica que conviene más a una revisión ulterior. Este hecho concede una dimensión literaria inesperada a lo que parecía ser solo una pérdida material del soporte.

Como corolario, habrá que suponer que el folio perdido del que solo se conservan las 16 líneas finales venía encabezado por los tres nombres romances de los personajes, y no los griegos. En efecto, la característica más notable de los nombres de los personajes del diálogo, es que no no se reproducen in extenso dentro el texto, sino reducidos a un elemento del nombre o a un diminutivo: Juan, Mata y P. El único lugar en que aparecen completos, es al principio del texto, lo que confirma el fol. 11 del Ms 3871 (y las ediciones posteriores). Es un hecho sorprendente en sí, que podría acarrear graves consecuencias: en caso de que el apógrafo hubiera perdido su plana inicial, el copista y el lector estarían condenados a ignorar el nombre completo de esos personajes.

Otra consecuencia es que los Mss 6395 y 259 de Toledo no reproducen al 3871.

 

Turcarum origo

Este capítulo seguía inicialmente al de las andanzas de Pedro de Urdemalas, como lo demuestran la numeración del códice y la tabla, que apuntan entradas situadas entre 183 y 217. A pesar de mantener la forma del diálogo, su idiosincrasia complica su inclusión dentro de una obra que ya había cobrado cierta identidad. En efecto, abandona la temática del cautiverio y tiene una extensión relativamente reducida comparada con lo que antecede, lo que le confiere una clara autonomía. Además, desde las primeras palabras, Pedro aborda de lleno el tema. Dadas esas características, es de suponer que el capítulo estaría precedido de una introducción encargada de facilitar una transición con lo que antecede. La última réplica de Juan (“Toda esta semana le hare estar aqui avnque le pese. la venida ha sido en su mano. la ida en la nuestra”), con su carácter conclusivo, no sirve para eso.

Una comparación con el tratamiento reservado a la secuencia sobre la religión puede ayudar a aclarar la duda. No habla primero Pedro, como en el Turcarum origo, sino Juan, quien solicita a este, a la par que introduce el tema (“la religion y costumbres de los turcos”). La preocupación que manifiesta así el autor por favorecer una transición entre el cuerpo de la obra y el nuevo fragmento no se concibe fuera de un hilo narrativo mínimo, encargado de introducir ciertas referencias cronológicas. Este es el papel que corresponde al diálogo entre Juan y Mata, que llena un hueco temporal a la espera de que Pedro se despierte y se reúna con ellos (fols. 100-100v). Al haberse perdido el final de ese intermedio y el inicio de la secuencia siguiente en el Ms. 3871, es imposible reconstruir la redacción primitiva, cuando el Turcarum origo venía después de las andanzas de Pedro de Urdemalas. Sin embargo, adelantaré una hipótesis.

Si bien la laguna final de dicho intermedio (el diálogo entre Juan y Mata) no permite afirmar que no estuviera ya compuesto cuando se desplazó el Turcarum origo, una hipótesis sería que la primera redacción de la obra se acababa con las palabras de Juan que transcribo más arriba, las cuales, aun dejando abierta la posibilidad de que prosiguiera la obra, forman un cierre momentáneo. Más adelante, el autor redactó, a modo de complemento, una historia de los Turcos, manteniendo la forma del diálogo, lo que no deja de ser una ficción porque Pedro de Urdemalas, por el mero hecho de haber sido cautivo, no tenía capacidad para transformarse en historiador del imperio otomán. Que se haya concebido como capítulo aparte, lo demuestra el que haya sido desplazado a otro lugar de la obra sin aparato explicativo. De otro modo, el intermedio dialogado hubiera sido desplazado también.

Apunta justamente Meregalli (“Partes inéditas”) las lagunas del Turcarum origo incorporado al final del códice, basándose en un inventario de las remisiones de la tabla a ciertos folios que han desaparecido (“Esta tabla representa de manera inequívoca el estado que el autor o el amanuense consideraba definitivo, en el momento de su redacción, …”). Sorprende la importancia concedida en esas páginas a asuntos castellanos o de actualidad, varios de ellos de tipo cultural. De ahí nace la sospecha de que fue la razón por la que no se transcribieron en la segunda copia (la que se añadió al final del códice) o se quitaron antes de que fuera copiada. Puede que sea un rasgo de autocensura, pero no forzosamente porque eso expusiera al autor a ciertas medidas represivas sino por quedar fuera de la temática del capítulo. Con todo, uno queda frustrado por no saber en qué términos precisos el autor se expresaba y qué revelarían de su personalidad.

Del texto del Turcarum origo que se conserva, el largo desarrollo sobre la suerte terrible de Bayaceto en manos de Tamorlán, después de su derrota, es el que parece haber inspirado parte de la materia que debía figurar en los folios perdidos, según la tabla temática: “212: El rey don Pedro no fue cruel; mas crueles hombres hay agora que nunca […]”

 

Cómo se enlazaba el Turcarum origo con lo que le antecedía.

Las primeras palabras de Pedro (“No puede ser menos sino que sobre el origen, vida y costumbres de los turcos haya muy varias opiniones) solo se conciben como la respuesta a una pregunta de uno de sus dos compañeros. Del contenido de esta, nos podemos hacernos una idea con la que introduce al capítulo de la religión de los Turcos. A las palabras de Juan (“[…] querria nos contasedes algo de lo que anoche nos prometistes de la religion y costumbres de los turcos”) hacen eco las de Pedro (“Eso hare yo de muy buena gana y para que desde el principio sepais todo lo que cerca de la religion y costumbres tienen […]”. Algo similar se podría imaginar para la introducción del capítulo del Turcarum origo, solo que, al no disponer de la pregunta de Juan o Mata, debemos basarnos en las de Pedro: “No puede ser menos […]”. Esta respuesta es compatible con las palabras de Juan citadas más arriba, introduciendo un mínimo de cambio: “[…] querria nos contasedes algo de lo que anoche nos prometistes del origen, religion y costumbres de los turcos”. De ello se pueden sacar varias conclusiones.

– La inserción del capítulo sobre la religión en lugar del de los orígenes pudo realizarse sin introducir cambios importantes en el contexto.

– El título de ese capítulo (Turcarum origo) no rinde cuenta exacta de su contenido, que es, en realidad, “el origen, vida y costumbres” de los Turcos, el cual se confunde casi con el de la religión (“religión y costumbres” de los Turcos).

– Si se reproduce ese título en los códices (también los críticos, incluido yo mismo), es por comodidad, porque sirve para diferenciar los dos capítulos, y no sería otro el motivo por el que lo adoptara el mismo autor.

– En el enlace, lo que debe llamar nuestra atención no es tanto la introducción del capítulo como la conclusión del intermedio que precede al nuevo capítulo (primero el Turcarum origo, luego, sustituyendo a este, el de la religión y costumbres).

– La redacción que se conserva en T es sin duda la que se eligió para introducir el nuevo capítulo (religión y costumbres), mientras que la que conserva el Ms 3871 es la que correspondía al Turcarum origo.

– Esta resultó obsoleta cuando se desplazó este capítulo, y posiblemente sea lo que explica que no quedó rastro de ella en la tradición textual.

 

Religión de los Turcos

Basándonos de nuevo en la numeración general de las planas y en la tabla, podemos afirmar que este capítulo fue colocado, en un primer momento, a continuación del Turcarum origo. Los cambios ocurridos más adelante pueden interpretarse de dos maneras: la historia de los Turcos fue suprimida de la obra y el nuevo capítulo vino a sustituirla; la supresión de esa historia solo fue momentánea, ya que volvió a ser incorporada al volumen posteriormente, en una copia distinta de la anterior.

Lo más significativo de la operación es que el capítulo sobre la religión de los Turcos recibió un tratamiento preferente en detrimento del anterior, hasta el extremo de ocupar su sitio con todo el aparato que le correspondía. Otra opción sería que, cuando se le ocurrió al autor introducir un capítulo sobre la religión de los Turcos, pensó aprovechar el intermedio introductivo existente, aunque modificando su final para que encajara con la nueva temática. Su preferencia por un capítulo sobre otro es suficiente para hacer plausible esa traslación así como el aparato nulo que acompaña al capítulo desplazado dentro de su nuevo contexto. Simbólico resulta el que, del Turcarum origo, no se hayan conservado los cuadernos primitivos, sino que el texto fuera copiado de nuevo antes de reinsertarlo en el códice.

Queda por aclarar si la inclusión del capítulo de la religión y la sustracción del de la historia de los Turcos fue concomitante o se realizó en momentos distintos. El estado del último folio del capítulo dedicado a la religión de los Turcos (fol. 138) induce a pensar que, durante cierto tiempo, fue el último del códice y, por esa razón, estaba expuesto a sufrir una degradación mayor que los anteriores, como lo atestigua el estado del que ocupa el mismo lugar en el códice actual. Esto sugiere que corrió cierto tiempo entre el momento en que se retiraron los 18 folios del Turcarum origo y se añadió una copia nueva al final del códice.

 

Dedicatoria y tabla

Desde un punto de vista codicológico, la presencia de la dedicatoria y de la tabla señala una etapa precisa en la constitución del volumen. En ella culmina el proyecto, al reunir todos sus componentes y hacerlos preceder por una piezas liminares, con el fin de dotar la obra de cierta solemnidad (dedicatoria al rey) y de un instrumento práctico (la tabla). El orden de sucesión de esos componentes parece fijado definitivamente: andanzas de Pedro de Urdemalas, Turcarum origo, religión de los Turcos. La tabla confirma que ese desorden de las partes y sus entradas son las del Ms. 3871.

Las piezas liminares indican que el autor había pensado en la posible difusión del volumen, sin duda bajo forma impresa. El motivo por el que no llegó a concretarlo cae fuera de este estudio, pero algunos elementos materiales pueden ayudar a conocerlo. La suerte que ha sufrido el capítulo Turcarum origo lleva a pensar que su presencia pudo ser un obstáculo a la publicación. Lo mismo sugiere la supresión, al principio del capítulo dedicado a la religión de los Turcos, del pasaje que describe la práctica de la circuncisión.

Por otra parte, varias enmiendas del texto evocan una forma de censura aplicada mayoritariamente a pasajes en que el autor se refiere a la religión.

La distribución interna actual del volumen, con la supresión de un capítulo que se realizó posteriormente, no fue suficiente para abrir a la obra el camino de una difusión impresa. Desde ese momento, el códice pasa a ser de uso exclusivamente privado. Algunos de sus lectores se manifiestan en sus márgenes o subrayando ciertos pasajes. Las copias que se hicieron de él sugieren una mínima difusión y, en el caso de las que conserva el fondo del conde de Gondomar, una afición propia de un gran bibliófilo.

El Ms. 3871 es testimonio de un fracaso no solo editorial, sino también literario e ideológico. Sin duda también personal. A pesar de la distancia temporal, nos conmueve pensar en la frustración y la desilusión que pudo experimentar su autor, al ver que el entusiasmo que le había animado en la redacción de una obra de esa envergadura y la perspectiva de verla difundida se habían quedado en agua de borrajas, sin hablar de la posible humillación sufrida a lo largo de las distintas censuras a las que fue sometida.

Febrero de 2022 / octubre de 2024

Festejos públicos y privados I

FESTEJOS PÚBLICOS Y PRIVADOS (I)

 

ENTRADAS SOLEMNES EN TIEMPOS

DEL REGENTE FERNANDO, LUEGO REY FERNANDO I DE ARAGÓN

 

Excepto en algunas malas novelas históricas, donde no es raro que, asomándose por casualidad al portal de su tienda, un mercante se tope con el rey, camino de Notre-Dame, en los siglos medievales y hasta una fecha reciente, cualquier contacto visual y menos físico con la persona del rey es denegado a la inmensa mayoría de sus súbditos. Si bien el rey de Castilla y su corte suelen desplazarse, lo hacen dentro de un perímetro limitado a las dos Castillas y en ciudades o instituciones (monasterios y conventos) con capacidad para alojarlos y facilitar la ejecución de actos administrativos. Un caso extremado al respecto lo ilustra la actitud de la reina Catalina, que mantuvo a su hijo, Juan II, aislado en Valladolid durante toda su minoría, con la excepción de un viaje a Salamanca para ponerlo a salvo de un brote de peste (1412-1413). La presencia del rey es permanente en la vida de sus súbditos, pero se ejerce a través de una mediación humana (ejecución de la justicia, tasación, etc.) o material (efigies de toda clase, empezando por las monedas). Ese alejamiento tiende a favorecer una concepción mítica del monarca. Siendo escasísimas las oportunidades de ver al rey, cuando ocurre una, la conmoción que provocaría en los espectadores ha tenido que ser muy grande. [véase Textos inéditos / Trabajos críticos, conferencias, ponencias / Aguasvivas].

Trataré aquí de una de las manifestaciones más habituales de esa convivencia momentánea entre el rey y sus súbditos, las entradas más o menos solemnes a villas o ciudades que hizo el Infante Fernando siendo regente de Catilla y luego rey de Aragón (1407-1416).

 

Segovia (7 de enero de 1407)

Todas las entradas reales no son solemnes ni acompañadas con fiestas y regocijos populares. Algunas pueden ser incluso humillantes. Todos los reyes castellanos medievales, hasta Enrique IV e Isabel incluidos, han sufrido, en un momento u otro, la vergonzosa prueba de un acceso impedido a una población o fortaleza por sus defensores.

Semejante accidente le ocurrió a Fernando, recién designado regente del reino a la muerte de su hermano, Enrique III. Cuando se presentó ante la ciudad de Segovia para reunirse con la reina Catalina y proceder a la lectura pública del testamento del rey difunto, su corregenta le negó la entrada, bajo el pretexto de que no quería dar paso a Juan de Velasco y a Diego Lopez de Estúñiga, tutores designados del joven rey. En vista de que “tenia el alcaçar bien basteçido de gente de armas e de lo que menester le fazia, e fazialo muy bien guardar de dia e de noche”, Fernando no tuvo más remedio que hospedarse en el convento de franciscanos, fuera de la ciudad (cap. 5) y negociar su entrada y la de sus acompañantes.

 

Sevilla (10 de noviembre de 1407)

Después de levantar el asedio de Setenil, fracaso compensado solo parcialmente por la consolidación de la presencia cristiana en otras plazas de menor importancia como Torre Alháquime, Fernando se dirige hacia Sevilla para devolver la espada de Fernando III, que había recogido solemnemente unos meses antes, el 7 de septiembre (cap. 48). El regreso a la ciudad nos da la oportunidad de descubrir el ritual de una solemne entrada.

De una manifestación de esa clase se trata, en efecto, como lo señala, aunque de pasada, el cronista, “según que suelen fazer a rrei nuevo”. Esta fórmula merece un comentario. Fernando no es el rey ni consta que actúe en representación de este, ya que en ningún momento de las ceremonias se evoca un encargo oficial ni el documento que debería avalarlo. No se nos oculta tampoco que el motivo de la entrada es devolver la espada de san Fernando que el Infante había recogido antes de emprender una campaña que, aunque aprobada por la corregenta y por las Cortes, fue compromiso personal suyo, si bien la presentó como la realización de una decisión de su hermano difunto. La fórmula da a entender que la persona del regente y la del rey son equiparables y sustituibles una por otra, lo que parece del todo inconcebible. Al comentarista, siempre le queda la posibilidad de recurrir a una explicación simbólica, considerando que el regente encarna la figura del poder in absentia, dada la imposibilidad de su titular de hacer acto de presencia física. La explicación me parece algo forzada. Tendería a pensar, más bien, que Fernando aprovecha que el arzobispado de Sevilla estuviera bajo su administración para cometer un abuso, aprovechando indebidamente una titulación que no le corresponde.

Por qué se organizó el acto en ese momento y no cuando vino Fernando por primera vez a Sevilla después de su nombramiento, no lo dice el cronista (cap. 83). Puede que sea porque las circunstancias eran más favorables que en medio de la agitación provocada por los preparativos de una campaña militar, y también, porque, un año después de la muerte del rey Enrique, la situación política había vuelto a cierta normalidad en el reino. Lo cierto es que la fórmula es ambigua.

El regente, montado en un caballo castaño, viene lujosamente ataviado: “armado de cota e braçales, e llevaua vnas sobrevistas de vn açeituni blanco villotado con lauores de oro, muy rrico”. Entre los acompañantes, el adelantado Pedro Afán de Ribera, a su derecha, lleva la espada, al sonido de “menistreles y trompetas”. En el cruce de los caminos que van a Alcalá de Guadaira y a Carmona, le alcanza desde Sevilla un grupo de caballeros, que había participado en la campaña, más las autoridades de la ciudad (“los alcaldes e alguazil e veinte e quatros, caballeros e jurados”) y muchos moradores. Estos son los dos primeros requisitos de una entrada: el equipaje lujoso del visitante y de su séquito y su recepción por una delegación de la ciudad, “por el camino” (en el límite del término municipal), antes de llegar a las puertas de la ciudad. Los dos cortejos se unen y caminan de consuno.

Se detienen ante la puerta de la muralla, en este caso, la de San Agustín. El regente descabalga, “do dan agua a las bestias”, detalle tomado en vivo por el cronista, y se dirige hacia un altar montado por los frailes para esa ocasión. Fernando se arrodilla y reza ante la cruz de plata allí colocada.

Vuelve a cabalgar y alcanza la catedral. Delante la Puerta del Perdón, es acogido por la clerecía “con cantos de alegria e dando graçias a Dios porque le diera la vitoria de los enemigos de la Fe”. Se humilla ante la cruz y dice una oración.

Las demás ceremonias ya no conciernen la entrada propiamente dicha sino el acto de entrega de la espada.

 

Antequera (1 de octubre de 1410)

La entrada del Infante vencedor en Antequera se hizo varios días después de que los moros de la villa aceptaran la “pleitesía” que se les impuso, a saber, entregar el castillo y los cautivos cristianos, y salir con todo lo suyo, salvo el pan (el trigo) y demás abastecimiento. A cambio, se les daba 1100 bestias para llevar a los ancianos y niños, así como el bagaje, a Archidona. Eso fue el 22 de septiembre.

En el proceso de la toma de posesión demostró el Infante ciertos fallos que crearon malestar entre los cristianos. En efecto, el 23, ordenó al obispo de Palencia y al conde Fadrique de Trastámara entrar en la villa y subir al castillo donde les fue entregada la torre del homenaje. De inmediato el prelado y el conde colocaron en ella sendas banderas. Esta iniciativa disgustó a los demás caballeros que veían con mal ojo como parecían atribuirse el mérito exclusivo de la victoria. Ante el enojo de los demás caballeros, el Infante no tuvo más remedio que dejar que cada uno pusiese su bandera, aunque algunos se negaron por considerarse definitivamente desairados.

Instruido el Infante de que, como escribe el cronista, “los rreyes sienpre deben hazer en manera que los caualleros no ayan continente vno mas que otro”, procuró evitar otro disgusto en la ceremonia de su propia entrada que hizo una semana más adelante, con la población mora ya en Archidona y después de tomar otros tres castillos que amenazaban la villa conquistada, Aznalmara, Cauche y Jebar. Optó por resaltar simbólicamente dos poderes indiscutibles, el de la Iglesia y el de la realeza. La entrada se hizo en procesión, encabezada por los clérigos presentes en el asedio, que llevaban “las cruzes e rreliquias” de su capilla y, por únicas banderas, los pendones de la Cruzada, de San Isidro de León y de Santiago, más sus propios pendones. La ceremonia consistió en el acto de cristianización de la mezquita mayor, que fue bendecida y dedicada a San Salvador.

 

Calatayud, Zaragoza y Lérida (1412)

El rey permaneció en Cuenca a la espera del fallo de Caspe. Cuando hubo recibido la noticia de su elección, se desplazó a Guadalajara, donde dejó instalado el Consejo encargado de administrar en su nombre el reino de Castilla, junto con la reina Catalina, y después de atribuir los cargos principales. Desde allí se dirigió a su nuevo reino, camino de Zaragoza, pasando por Calatayud [véase Textos inéditos / Trabajos críticos, conferencias, ponencias / Aguasvivas]. Huelga decir que este viaje (agosto de 1412) fue un momento privilegiado para celebrar la unión entre el rey y sus nuevos súbditos, entre cuyas manifestaciones ocupan lugar privilegiado las entradas solemnes. Sin embargo, el cronista no relata ninguna. Zurita (XII.1 1412) evoca dos de ellas, y es posible que no hubiera otras:

Y con este acompañamiento fue recibido en Calatayud y después en Zaragoza con mayor triunfo y fiesta de lo que se acostumbraba en la nueva sucesión de los reyes por ser esta más nueva y extraña que se hubiese visto jamás Fue esta entrada en el principio del mes de agosto.

Si el cronista no menciona siquiera las entradas, no será por falta de interés por esa clase de ceremonia, como lo manifestará más adelante con las entradas siguientes. Tampoco será porque las juzgó de poco relieve, cosa imposible de creer (véase el comentario de Zurita, al respecto). Opino que se trata de una laguna del relato y que esta se debe al sencillo motivo de que el cronista no formó parte del séquito del rey durante el viaje ni estuvo presente en Zaragoza cuando se reunieron las cortes. Tocamos aquí uno de los aspectos más peculiares de esta crónica y uno de los límites de su aportación informativa. La misión de redactar la crónica del reino fue iniciativa exclusiva del Infante Fernando y la confió a un individuo elegido por él. Esta personalización de la composición de la crónica explica mucho de sus defectos y, en particular, las lagunas que presenta la narración, porque basta con que el encargado esté ausente de la corte para que no se relate lo que ocurre en ella en ese espacio de tiempo.

Una de esas lagunas corresponde a la reunión de las cortes en Zaragoza, y se sitúa entre los cap. 240 y 241. Al final del capítulo 240, el cronista cuenta que el rey se dispone a entrar en sus reinos acompañado de hombres de armas castellanos pero desiste de ello ante la adhesión de “muchos de los grandes señores del rreino de Aragon” a los que prefiere confiar su protección, después de restituirles los cargos que ejercían bajo Martín el Humano. Resume el viaje en una frase: “E partio por sus jornadas fasta que llego a Çaragoça y marauilla hera como hera muy bien rreçeuido en las çiudades e villas do llegaua” . En cambio, no perdona detalle acerca de las negociaciones, que, en ese momento, llevaban a cabo en Tortosa los del principado de Cataluña y el conde de Urgel, para conseguir de este que pronunciara el juramento de fidelidad al rey. El cap. 241 está enteramente dedicado a referirlas así como las negociaciones entre los miembros del Consejo y los embajadores del Conde y la reacción el rey que acabó por acceder a lo que estos pedían, como si el cronista hubiera estado en Tortosa con “los del prinçipado de Cataluña” cuando estos recibieron la respuesta del conde de Urgel y hubiera ido con ellos a Zaragoza, donde fue testigo de la reacción del reyel 30 de agosto y días siguientes. Lo que pasó en las cortes, no lo relata a pesar de ser un momento importantísimo si lo hubo, porque fue cuando el rey electo juró, en poder del Justicia de Aragón y en presencia de los ricos hombres y demás “caballeros, mesnaderos e infanzones” (dice Zurita) de Aragón, respetar los “fueros, privilegios, usos y costumbres” del reino y recibió el juramento de fidelidad de los cuatro estados de la Corona. El cronista no dice ni una palabra de este acto solemne, ni de las entradas que lo precedieron..

Fue en el curso de esas negociaciones cuando el rey, descontento por la actitud del conde de Urgel, decidió incautar los lugares de los que era señor e hizo su entrada en Lérida, acto que el cronista resume en pocas palabras: “en la qual çiudad fue el rrei solenemente rreçibido”.

 

Tortosa (noviembre de 1412)

Durante la tregua que resultó entre el rey y el conde de Urgel, Fernando visitó al Papa en Tortosa en noviembre de 1412 (cap. 242). El motivo de la entrevista es sumamente grave, ya que en el nuevo rey recae la enorme responsabilidad de decidir qué partido optará la Corona y, por vía de consecuencia, la “nación española”, para la resolución del Cisma. Benedicto XIII, muy debilitado, espera poder contar con el apoyo de Fernando por la ayuda que le prestó en la elección en Caspe.

Como bien dice el cronista, “El rrei partiose para Tortosa donde estaua el Papa Benedito, que lo deseaua ver”. Entiéndase que el Papa invitó al rey a visitarle a Tortosa, donde residía de manera permanente. En esa ciudad, en efecto, ya había convocado la Disputa entre cristianos y judíos prevista para el inicio del año siguiente (7 de febrero de 1413 – 13 de noviembre de 1314), que presidiría activamente. Así que se da una situación harto paradójica, ya que el rey cumple su primera visita a una importante ciudad de su reino, pero esta, en parte, queda fuera de su autoridad al hacer función momentáneamente de sede pontificia. [Más adelante, la ciudad conservará este carácter particular, como lo demuestra el que Jorge de Ornos, desde Constanza (31 de marzo de 1418), la propondrá a Alfonso V como posible sede de concilio, junto con Valencia, Tarragona y Perpiñán]. Por lo tanto, no sería excesivo afirmar que el rey Fernando no hace sino acceder a la invitación del Papa, quien lo acoge en su residencia de Tortosa.

Estas circunstancias introducen cierta ambigüedad en el desarrollo de las ceremonias, que se observa desde el primer acto protocolar habitual, el recibimiento “por el camino”. El rey se detiene en un lugar no identificado por el cronista, a dos leguas de Tortosa y, en ese lugar, “todos los cardenales e prelados lo salieron a rreçeuir e a le fazer rreuerençia”. No se menciona a ninguna autoridad municipal, por lo que hay que entender que los que se desplazan son los miembros del Sacro Colegio, lo que indica que las principales protagonistas son, hasta ese momento, en exclusivo el rey y el Santo Padre, sin intervención de la ciudad de Tortosa.

Al día siguiente, la ceremonia recobra su curso normal, ya que van al encuentro del rey, fuera de las puertas de la villa, “otra vez los cardenales e perlados” pero acompañados por “la ciudad”, es decir las autoridades ciudadanas y sin duda parte de la población, no se sabe si por iniciativa personal o mediante instituciones, por ejemplo los gremios. También, se completa con una dimensión lúdica evocada, aunque muy elípticamente, por el cronista (“con grande alegría”). Sin embargo, es un paréntesis que pronto se cierra, reanudándose la relación exclusiva entre el rey y el Santo Padre: “E el Papa lo rreçiuio muy solenemente, estando el Papa en su catedra muy solepne. E este dia estuuo el rrey con Papa e todos los caualleros que con el yban”. Este es el desarrollo habitual de las audiencias concedidas por el Papa con el fin de tratar de asuntos graves. Habrá varias en los capítulos dedicados a la entrevista de Perpiñán.

La entrada de la reina y de sus hijos presentes, los Infantes don Pedro y doña María, se celebra el día siguiente, según el proceso habitual, en presencia de los magistrados municipales y de la población, para acabarse en una suerte de reunión familiar: “E [estudo] el rrei e su muger, la rreina, e sus fijos quinze dias en su solaz con el Papa, el qual avia muy grande alegria en los ver, que los tenia como tiene padre a fijos.”

 

Barcelona (28 de noviembre de 1412)

Desde Tortosa, el 19 de noviembre, el rey convocó cortes en Barcelona para el 15 de diciembre siguiente. Su entrada en la capital condal ocurrió el 28 de ese mes de noviembre. Aunque el cronista no relate el evento en sus pormenores, señala la recepción calurosa y lucida que le ofreció la población: “marauilla hera del rreçibimiento que le fue fecho con las maiores alegrias del mundo, saliendolos a rreçibir todos los naturales de la çiudad, e los grandes ombres vestidos de nobles paños de sirgo, e dellos de librea con colores e cadenas de oro e de plata” (cap. 243). La originalidad de ese recibimiento consiste en que no aparece ninguna otra autoridad que la ciudadana, cuyos representantes demuestran ser el interlocutor si no único, por lo menos privilegiado, del soberano.

De hecho, las cortes se habían convocado, en pleno conflicto con el conde de Urgel, para que el rey confirmara de nuevo, habiéndolo hecho ya en Lérida, las constituciones, costumbres y privilegios de los catalanes. La ida del rey a Barcelona tenía, por lo tanto, un significado altamente político. Fernando estaba dispuesto a multiplicar las pruebas de su adhesión a la tradición condal, hasta el extremo, como lo escribe Zurita, de confirmarla dos veces, una en la iglesia mayor, otra en las cortes. Los catalanes le hicieron juramento de fidelidad solo después de esa doble declaración real (V, XII; ix, p. 312). La celebración ofrecida por la ciudad en esa entrada puede verse como una manifestación habitual, sin que pudiera interpretarse como una adhesión entusiástica a la persona del nuevo rey. El laconismo del cronista (el capítulo 243 se limita a esa única frase) traduce quizás la tibieza de las relaciones entre catalanes y el soberano. Esta ya se había manifestado de manera espectacular desde el primer momento, poco después de la elección, cuando los miembros de la delegación condal se negaron a cruzar la raya de Castilla y a humillarse ante él ni siquiera a bajarse de sus caballos, como lo hicieron los embajadores aragoneses y valencianos, que iban con ellos (Lorenzo Valla, II, XI, 1-4).

 

Balaguer (5 de noviembre de 1413)

Son circunstancias muy distintas de las anteriores las que presidieron a la entrada del rey en Balaguer (cap. 311), después de tres meses de asedio (5 de agosto – 5 de noviembre de 1413). Como lo hizo para la entrada en Sevilla, el cronista encabeza su narración con una consideración sobre la naturaleza y el alcance del acto: “ordeno de entrar a ver la çiudat de Valaguer con solenidad, segun pertenesçe a los rreyes quando entran a las çiudades e lugares que ganan”. No sé de dónde saca el cronista los antecedentes a que se refiere. Desde luego, no de la historia reciente de Castilla, que es la que menos desconoce, porque tengo serias dudas de que remita a una tradición aragonesa. Habría que remontarse al reinado de Alfonso XI para encontrar un caso equivalente, que correspone a la toma de Algeciras en 1344, es decir casi tres cuartos de siglos antes de la toma de Balaguer. Huelga decir que la comparación con la toma de plazas moras resulta harto discutible e incluso de mal gusto, porque equivaldría a confundir la toma de Balaguer con la de Antequera. De peor gusto aún, si un devoto cristiano como Fernando no hace ninguna diferencia entre las dos poblaciones asediadas. De pésimo gusto en fin, si le anima la voluntad de demostrar a sus súbditos aragoneses las virtudes heredadas de sus antecesores castellanos. Sin embargo, no descarto que para el cronista la comparación fuera justificada desde uno o varios de esos prejuicios.

La ceremonia se resumió a un desfile de la victoria. Lo encabezaban los cincuenta combatientes que iban a recibir la orden de caballería, seguidos por el rey, que venía rodeado de pendones: delante, el de la Creu (“que es de los rreyes de Aragon, que hera vna cruz vermeja”), y la Divisa de Santa María (“que hera el canpo blanco e vn collar de las jarras de Santa María”); detrás, las armas reales de Aragón, la divisa de la Jarra (la orden que había creado Fernando siendo Infante de Castilla), y las armas reales de Sicilia (“dos aguilas prietas y bastones”). Los símbolos exhibidos, como fue el caso en la entrada en Antequera, resaltan los dos pilares de la autoridad, la religiosa y la real, y, para esta, una insistencia evidente en la persona de Fernando, a través de la orden de la Jarra.

Salen a recibirlo “los de la çibdad”, “según es costunbre de fazer a los rreyes”, con un palio (“vn paño de syrgo con sus varas”). El ritual de la armazón queda reducido al mínimo, limitándose el rey a dar con una espada desnuda “ençima de los baçinetes”. La población acompañó al rey con danzas y manifestaciones de alegría hasta la iglesia mayor donde oyó misa. Entregó la divisa del collar de las Jarras “a bien ochenta caualleros e escuderos catalanes e castellanos”.

En la ceremonia, se conjuga, pues, la recompensa recibida por los caballeros y escuderos vencedores con la celebración de la persona de Fernando, como rey pero también como dechado de caballería. Si el cronista no hubiera tomado la iniciativa de presentar el acto como una solemne entrada, el lector lo hubiera interpretado como una manifestación de regocijo propio de guerreros vencedores después de la dura prueba del asedio a una plaza fuerte.

 

Entrada del papa Benedicto XIII en Morella (18 de julio de 1414)

Fernando I y el papa Benedicto XIII habían concertado entrevistarse “sobre dar rrespuesta al enperador de Alemaña e al rrey de Françia sobre la vnion de la Yglesia.” (cap. 336), a consecuencia de la embajada del 30 de mayo anterior por la que se pedía al rey de Aragón se uniera al partido favorable a la sustracción de obediencia a Benedicto XIII. El lugar elegido para el encuentro fue la villa de Morella. Fernando la alcanzó el 1 de julio y esperó al Papa que tardó en llegar hasta el día 18. Proveniente muy probablemente de Peñíscola, este hizo etapa en Sant Mateu, que dejó, el 16, yendo hacia Morella.

El séquito papal se detiene en una “casería”, cuyo nombre omite el cronista como lo hiciera para la entrada del rey en Tortosa, a media legua de Morella, pero aún antes de llegar allí, a imitación del que le hizo el Sacro Colegio en la entrada a Tortosa, se le honra con un recibimiento a cargo de una delegación encabezada por el Infante don Sancho, hijo del rey y maestre de Calatrava, el almirante de Castilla, y los condes de Osona y Cardona.

El mismo rey se desplaza al caserío, ese mismo día después de comer, para visitar al Papa. El cronista se detiene en los pormenores de la entrevista, delatando que estuvo presente en ella, como lo demuestra el hecho de situar el asentamiento del santo Padre en el sobrado del portal de una pequeña casa, detalle que solo un testigo visual podía recordar. Esa primera toma de contacto entre los dos personajes se resume a un alarde de cortesías mutuas también protocolares: el rey hace la reverencia; el Papa se levanta de su silla (cubierta de un paño de oro) y se dirige andando hacia el rey; este le besa pie y mano; el Papa le “da paz”, besándole en el rostro, y le invita a sentarse entre dos cardenales. Luego, el Papa ofrece confites y vino a los visitantes, encargándose de servir al santo Padre, de confites, “por mayordomo el rrey”, y de vino, “de copa” su hijo, el maestre de Alcántara; y al rey, de confites, el conde de Trastámara y de copa, el conde de Cardona.

La entrada tiene lugar el miércoles 18 de julio. El rey, acompañado por su corte y por moradores de Morella, se adelanta para alcanzar al Papa antes de que llegue a las puertas de la villa. En ese momento empieza el relato detallado que hace el cronista del ritual que rige las “çirimonias que traen los Santos Padres”.

El Papa viene precedido por caballos blancos, mulas con mantas de escarlata cargadas con sus sombreros. En otra mula,

el cuerpo consagrado de Nuestro Señor Ihu Xpo en vna arca que podia ser de luengo de quatro palmos, que venia muy bien asentada de luengo ençima de la mula, que hera fecha como munimiento toda colorada de paño de grana e las guarniçiones de plata e, ençima della en el comedio, vna cruz pequeña de plata blanca muy bien asentada. E, ençima de la çerradura, venian dos llaues a rremenbrança de las que tenian san Pedro e san Pablo e, de yuso de la vna, vna luna e, entre las lunas, la señal por do abren la arca.

El rey y sus acompañantes se arrodillan cuando pasan el arca y el clérigo cargado con una cruz que preceden al Santo Padre y, a continuación, el rey hace reverencia al Papa: le besa la mano y este le da paz.

Detrás de la mula y su arca vienen doce hombres que llevan hachas de cera ardiendo (de día, en pleno mes de julio) y un sacristán del Papa en otra mula. Luego, montado en un caballo, un hombre alza la bandera o pabellón del Papa, que al cronista le cuesta identificar y describir (“un como tendejon […] a que dezian pauillon”). Sigue otra mula, blanca esta, con la zapatilla (también designada por “mula”, de ahí los equívocos entre “mula” y “mula” del Papa), cubierta de un paño de escarlata, a imitación del mulleo de los antiguos senadores romanos.

Al pie de la cuesta de Morella, el séquito se detiene ante una casa, dentro de la cual al Papa le quitan el manto de escarlata, el capirote y el sombrero que llebaba puestos hasta ese punto, para vestirlo de pontifical, es decir con los ornamentos que sirven para celebrar el oficio divino, “e ençima vna capa de sirgo vermeja e vna mitra blanca en la cabeça con aljófar”. Montado en su mula, viene precedido por otra mula también blanca que lleva otros tres sombreros colocados sobre palos. Con ese aparato, camina hasta cierto punto de la subida, donde le espera una procesión formada por “los capellanes del rrey e de la villa e asy frailes e clerigos con las cruzes de la villa e de la capilla del rrey muy solenemente hordenadas”, que se une al séquito y le acompaña con sus cantos. El rey y los altos señores que vienen con él se encargan de llevar el palio (“vn paño de syrgo que ende tenian çerca de la proçesion los ofiçiales de la villa con sus baras”) para abrigar al Papa hasta la puerta de la villa. Completan el séquito doce hombres llevando hachas de cera blancas que se reúnen con los que ya precedían el arca.

En otro punto más delante de la subida, se ha instalado un monumento “do estaua vn altar cubierto de paño de syrgo e, antel altar, estaua sobre vnas almuadas e vn paño de oro vna cruz muy rrica de plata”. Descabalga el Papa y, mientras el rey mantiene la falda de su capa, se arrodilla ante la cruz y la besa “con la boca e con los ojos”.

El último ramo de la subida, hasta la puerta de la villa, el rey lo recorre a caballo, a instancias del Papa, sin duda informado del mal estado de salud del rey.

Desde la puerta de la villa hasta la catedral, el ambiente cambia de signo. El aspecto religioso se mantiene (“toda la clerecía cantando”), pero aparecen manifestaciones de un jolgorio más popular: “troxieron al Papa muchos juegos por lo honrar […] e muchos juglares”.

Después de la adoración de la cruz y la concesión de perdones (“que oviesen los que con el venian syete años e syete quarentenas de perdon los confesados o que confesasen dende a ocho días”), Benedicto vuelve a cabalgar y se retira al convento franciscano en el que se hospeda.

 

Entradas en Valencia (diciembre de 1414 y junio de 1415)

 

Entrada del Papa y del rey (diciembre de 1414)

La reunión en Valencia del Papa y del rey tenía como objetivo principal preparar el posible matrimonio del Infante don Juan con la reina Juana de Nápoles, que acababa de suceder a su difunto hermano Ladislao. Este proyecto interesaba sumamente a Benedicto, porque Nápoles era uno de los pocos reinos que le mantenían la obediencia y la ciudad de Roma estaba bajo su protección. En aquel momento, el rey compartía su opinión al respecto: “enían casar su fijo porque fuese rrey de Napol, porque dezian que, sy el rreyno de Napol fuese en poder de su fijo, el ternia a Roma e pornia a nuestro señor el Papa en Roma”.

Ante la perspectiva de una doble entrada solemne, el rey cedió el primer lugar al Papa. Si se toma a la letra el texto de la crónica, se sucedieron con un día de diferencia la entrada del Papa, la del rey y la de la reina con el Príncipe. El cronista no escatima superlativos acerca de las ceremonias que acompañaron las entradas, que tenían fama de ser señaladas en la ciudad de Valencia, pero se muestra desgraciadamente poco más que alusivo al describirlas: “E fizieron vn dia muy gran rreçiuimiento al Papa con muy estrañas çerimonias e juegos que en Valençia fazen a los rreyes, los quales enían muy muchas mas de las que solian para rreçiuir al Papa e al rrey” (cap. 355).

 

Entrada de la Infanta de Castilla (junio de 1415)

Se había cumplido el plazo previsto para celebrar las bodas del Príncipe Alfonso con su prima, la Infanta María, hija mayor de Enrique III de Castilla y de la reina Catalina. El Príncipe tenía 19 años y la Infanta iba a cumplir los 14, el 1 de septiembre. La reina Catalina hubiera preferido que esta ceremonia se hiciera en Castilla, pero “por conplazer al rrey de Aragon”, se conformó con el deseo de éste. Debió influir en su decisión que la unión fuera bendecida por el Santo Padre, cosa que no hubiera sido posible, dada la avanzada edad del pontífice, si el matrimonio se hubiera celebrado en Castilla, y también porque la unión de dos primos hermanos exigía por lo menos el aval de la Santa sede.

La Infanta fue recibida por el rey con todo el boato que se solía reservar a altos personajes, pero a tono con la poca edad de los futuros esposos. El rey fue a recogerla “allende de Requena”, es decir en la raya de Castilla y para su entrada en el reino se desarrollaron “justas e torneos e otras çirimonias”, ordenadas por la reina que fue quien, al parecer, se hizo cargo de la organización de los festejos. De creer al cronista, la entrada en Valencia fue digna de la que se había celebrado cuando entró el propio rey, en el mes de diciembre anterior.

 

Entrada del emperador Segismundo en Perpiñán (13 de septiembre de 1415)

Las vistas de Perpiñán (cap. 368) son el acontecimiento diplomático culminante del corto reinado de Fernando y en buena medida el canto del cisne de un rey moribundo. La presencia simultánea en el territorio de la Corona del emperador Segismundo y del Papa Benedicto exigió una rigurosa logística, complicada por la débil salud de Fernando y los caprichos de sus huéspedes.

Inicialmente estaba previsto que las vistas se hicieran en Niza. Ya a punto de zarpar del Grao de Valencia las naves que tenía preparadas para alcanzar aquella ciudad, el rey tuvo un ataque grave de la enfermedad de la que sufría y de la que moriría pocos meses después (“el açidente de su dolençia”, dice el cronista), lo que le impidió honrar la cita. A consecuencia de ese contratiempo, propuso que las vistas se hicieran en Perpiñán, lo que terminaron por aceptar el emperador y el Papa.

El cronista no relata cómo se hizo la entrada de Benedicto a Perpiñán, sino que allí llegó primero, antes que el rey que tuvo que desembarcar por fuerza en Collioure y seguir en andas hasta el lugar de la cita. Mientras tanto, el emperador se alojó en Narbona, ciudad francesa, y luego navegó hasta el Canet, donde empezó la ceremonia del recibimiento presidida por el príncipe Alfonso en nombre de su padre.

La llegada del emperador por mar, aunque complicó algo el protocolo, dio la oportunidad a los aragoneses de añadir actos inesperados en los que pudieron lucirse. Se improvisó un campamento de tiendas, entre otras “la su [del rey] gran tienda de las torres” que supongo sería la más amplia y lujosa que tuviera, en las que el emperador y sus acompañantes pudieron comer y dormir, quizás en la misma playa, ya que la acogida tuvo lugar el miércoles 18 de septiembre, como apunta precisamente el cronista, época del año en que alojarse al aire libre era fácil e incluso agradable. El Príncipe estaba acompañado por su hermano Pedro, por varios obispos aragoneses y castellanos (de Tarragona, de Palencia y de Zamora) y altos señores (Enríquez Pérez de Guzmán, conde de Niebla es el único nombrado). La composición de la delegación era acertada (y probablemente concertada con el Papa, que se mostraba muy exigente en cuestiones de protocolo), al favorecer a la representación eclesiástica e incluir a obispos castellanos, como si toda la nación española participara en las vistas y no solo la Iglesia de la Corona. Esto tranquilizaría sin duda al emperador dejándole esperar una solución definitiva del Cisma, ya que esa nación formaba el grupo más fuerte que seguía oponiéndose a la sustracción de obediencia.

Cuando emprendió su camino hacia Perpiñán, el emperador vio venir a él varias delegaciones, una tras otra, según un orden nada improvisado: “quanto a media legua de Perpiñán”, los embajadores del rey de Castilla; el maestre de la Montesa; el Príncipe Alfonso y los ricos hombres y caballeros aragoneses que le habían acompañado en Canet; una delegación pontificia numerosa, encabezada por el camarlengo, seguidos e los cinco cardenales. Así se completaba el protocolo, al reunirse simbólicamente las tres entidades, – Imperio, Santo Padre e Iglesia española – que iban a participar en las negociaciones.

En la Puerta de la Paz, donde habían salido los moradores a honrarle con juegos, se había montado un cadalso con una silla, la misma en la que el rey solía jurar los privilegios de la ciudad. El emperador no quiso sentarse, sino que se mantuvo de pie junto con las otras autoridades. Allí recibió del rey el obsequio, habitual y reservado a los visitantes ilustres, de “vn cauallo castellano con sus guarniçiones de plata, dorado el freno, e la sylla cubierta de plata dorada, el freno e la silla cubiertos de tapete de velud clemesyn”. Luego Sigismundo recorrió la ciudad por calles cubiertas a modo de cielo con paños blancos de lana y las paredes de las casas guarnecidas de paños de diversos colores hasta entrar en el convento de San Francisco en el que iba a hospedarse.

El cronista se explaya en la descripción de los hábitos del emperador y de su caballo, en el que dominaba el color negro para demostrar que “traya duelo por la Yglesia”, y el considerable acompañamiento de hombres de armas: treinta y siete pajes, trecientos caballeros, cuarenta con armadura dorada y los demás con arcos y ballestas.

 

CONCLUSIÓN

No consta en la Crónica que el rey visitara Tarragona (a pesar del mes que pasó en las cortes de Montblanch) ni Gerona. Pudo haberlo hecho yendo a Perpiñán, desde Valencia, de donde salió, pero optó por la vía marítima, lo que le apartaba de las ciudades de la costa. No creo que fuera intencionado, sino que tenía la flota preparada para ir a Niza y la aprovechó para acercarse por mar, hasta donde se lo permitió su enfermedad, concretamente a Collioure. Por otra parte, Luis Panzán nos informa que, conquistada Balaguer, estuvo en Calatayud y Daroca, y luego en Teruel para ordenar la administración de esas comarcas. Es muy posible que esas estancias dieran lugar también a una recepción solemne.

A lo largo de los escasos cuatro años que duró su reinado – 29 de junio de 1412 – 2 de abril de 1416 -, y de los grandes asuntos que tuvo que tratar – toma de posesión, sitio de Balaguer, negociaciones en torno al Cisma, cortes de Zaragoza y de Montblanch, bodas de sus hijos Juan y Alfonso, etc. – se entiende que no tuviera tiempo para más. Con todo, ha sacrificado al rito con cierta constancia, como correspondía a un rey nuevo, pero también y quizás, sobre todo, porque era requisito imprescindible para dejarse ver por unos súbditos que no lo conocían, al haber nacido y haberse criado en otro reino. También le convenía familiarizarse con las costumbres y prácticas sociales de la Corona de Aragón y ese era un medio adecuado para conseguirlo.

Si el testimonio del cronista es bastante fidedigno tratándose de señalar las entradas solemnes celebradas, lo es menos en lo que interesa su desarrollo preciso. A medida que avanza el relato, se muestra cada vez más elusivo, lo que se comprende en la medida en que esas ceremonias van haciéndose más rituales al repetirse. Hace falta un elemento nuevo para que el cronista se tome el trabajo de comunicar los detalles de las ceremonias. Al ser la primera, relata con precisión la entrada en Sevilla (1412), pero las siguientes revisten un carácter más rutinario, dentro de lo que cabe. El principal elemento novedoso aparece cuando el rey ya no es el protagonista único, sino que comparte esa calidad con otros personajes fuera de lo común, concretamente el Papa Benedicto y el emperador. La irrupción de estos provoca una verdadera conmoción de la que el cronista se hace eco.

La presencia física del Pontífice ya de por sí es un hecho poco menos que milagroso, pero creo que más peso aún tiene la personalidad de Benedicto XIII. Impresiona su edad provecta. Su longevidad hace de él el testigo de un pasado tan lejano que la mayoría ni siquiera lo puede recordar. Cuando nació, Alfonso XI de Castilla apenas había alcanzado los 18 años y el rey de Aragón era Alfonso IV, abuelo del difunto Martín el Humano. Benedicto solía usar a modo de argumento de autoridad, no desprovisto de cierto sarcasmo (por ejemplo, a expensas del emperador en Perpiñán), esa enorme diferencia de años que llevaba con sus interlocutores. Como Papa, además de la autoridad que su unción le otorgaba, ostentaba la de depositario de una tradición inmemorial, que se preocupaba de mantener en su rigor protocolar y a cuyos signos no cesaba de recurrir en público como en privado. Es evidente que el cronista interpretó la entrada del Pontífice a Morella como un acontecimiento excepcional y quizás sin equivalente en su vida.

La entrada del emperador Segismundo a Perpiñán es otro gran acontecimiento al que el cronista prestó una atención particular. No podía ser menos, tratándose del título civil más alto de la cristiandad, aunque entonces solo tuviera el de Rey de Roma, a lo que hay que añadir el carácter a la vez imponente e insólito o exótico (concepto sin duda anacrónico) de ese personaje y de los que le rodeaban. El emperador era muy consciente de ello, como lo demuestra la burla que montó con uno de sus privados, como lo comentaré en “Dos figuras de bufones en la corte de Fernando I”.

Uno de los rasgos más sobresalientes de esas entradas reales es la gran diferencia de tratamiento que el cronista reserva a la parte protocolar, por la que no escatima detalles, y a las manifestaciones populares, que resume en unas pocas palabras, repetidas casi idénticas: “juegos”, “juegos e alegrías”, “con grande alegría”, “las mayores alegrías del mundo”, “hera marauilla las alegrías que fazian”, “con las mayores alegrías del mundo”, etc. Por mucho que uno se afane, no hay manera de saber en qué consistían esas manifestaciones, si se limitaban a la participación de los moradores a agrupaciones multitudinarias y a una expresión espontánea de alegría, o si consistían en formas más elaboradas con la participación de profesionales e incluso de un decorado específico. La única mención de un personal cualificado concierne a “menestriles e juglares”, tanto del emperador como del rey, que participaron en la entrada de Segismundo en Perpiñán. La discreción del cronista me parece muy reveladora de que su testimonio está destinado a un lectorado cortesano poco interesado por las manifestaciones de carácter popular. En particular, resulta muy frustrante no saber más “muy estrañas çerimonias e juegos que en Valençia fazen a los rreyes, los quales tenian muy muchas mas de las que solian para rreçiuir al Papa e al rrey” (cap. 355), sabiendo que los festejos valencianos siempre han sido renombrados.

30 de julio de 2022