Aguasvivas
El topónimo “Aguasvivas”
(Libro de Buen Amor, 302a)
y un episodio de la Crónica de Juan II (junio-julio de 1429)
Si no impenetrables, a menudo sorprendentes son las vías por las que la inspiración del momento suscita el interés del investigador por un tema insospechado. Me siento incapaz de decir qué circunstancias me llevaron a redactar algunos títulos que figuran en mi bibliografía personal. Supongo que esto habrá ocurrido a muchos. A veces, la lectura de un artículo nos incita a someter a nuevo enfoque algún tema familiar. Esta oportunidad, acaba de dármela, hace unos días, la recepción del sexto volumen de Actas de los Congresos homenajes que el Ayuntamiento de Alcalá la Real va dedicando a eminentes especialistas de la obra del Arcipreste de Hita, por iniciativa y al cuidado del excelente Francisco Toro Ceballos. Hojeando el que acaba de ofrecerse a mi admirada colega Folke Genaert, me detuve, como no podía dejar de hacerlo, en la contribución del Profesor Jacques Joset y me llevé una sorpresa garrafal. En la primera de sus dos “Notas ruicianas”, en la que intenta desentrañar el significado de la expresión “a aguas vivas” que aparece en el verso 302a del Libro de Buen Amor, se refiere a un pasaje del Reportorio de Príncipes de Pedro de Escavias. No me resulta tan habitual ver mencionada esta obra primeriza mía y menos para aclarar un punto tan alejado cronológica y temáticamente de las preocupaciones del caballero andujareño. Además, el hecho de utilizarla como instrumento para aclarar un topónimo oscuro no deja de abrumarme – y de emocionarme el que el amigo Jacques maneje con cierta frecuencia esa obra -, aunque coincida con la idea que fue la mía desde un principio, de que el Reportorio podía servir de útil manual para un mejor conocimiento de la realidad castellana de la Baja Edad Media. Confieso además que, si bien la he utilizado con ese fin en numerosos casos, no creo que se me hubiera ocurrido hacerlo de encontrarme en el trance de aclarar el sentido de ese verso del Libro de Buen Amor. Mi sincera enhorabuena y profundo reconocimiento a don Jacques por este detalle que me llega al corazón.
El pasaje de Escavias citado resume un episodio del reinado de Juan II, concretamente el intento de invasión del territorio castellano por las tropas de Alfonso V, de su hermano don Juan, rey de Navarra, y de su otro hermano, don Enrique, maestre de Santiago, con el fin de alejar a Alvaro de Luna del poder. Estos acontecimientos, como es bien sabido, se sitúan en junio y julio de 1429. La cita de Jacques Joset ha despertado mi curiosidad porque coincide con una preocupación que voy llevando, desde años atrás, la de mejorar la identificación de las fuentes del Reportorio que realicé para mi edición de 1972, y que me resulta a todas luces insuficiente, después de tantas novedades que, a lo largo de estos cincuenta años (se dice pronto), se han publicado para mejor conocimiento de las fuentes cronísticas castellanas. Hasta la fecha, no he podido afrontar tamaña empresa, pero no descarto la posibilidad de analizar algún elemento aislado.
Mi interés por este episodio histórico se debe también a que la comarca concernida fue la cuna de mi familia, tanto materna (Medinaceli, Utrilla, Arcos de Jalón, Santa María de Huerta) como de mi familia paterna (Judes, Arcos de Jalón), y a que la he recorrido en numerosas ocasiones desde que la descubrí, siendo niño, en 1955. Al respecto, remito a Histoire de ma famille maternelle, bajo Textes inédits en la parte francesa de esta misma página web.
Resumen de los hechos
Los reyes de Aragón, Alfonso V, y de Navarra, Juan II, entraron en Castilla el 23 de junio de 1429 desde Ariza y se reunieron con su hermano, el maestre de Santiago don Enrique, cerca de Hita. Allí los alcanzó Álvaro de Luna con la vanguardia del ejército castellano que el rey Juan II estaba reuniendo a toda prisa. El enfrentamiento entre los dos bandos no pasó de unas escaramuzas y se acabó después de la intercesión, primero del cardenal de Foix, legado de Benedicto XIII, luego de la reina María, hermana del rey don Juan y esposa de Alfonso V, que consiguió la retirada de los reyes de Aragón y Navarra a cambio de un seguro de cuatro días, que era el tiempo necesario para abandonar el territorio del reino. Los reyes se habían convencido del peligro que corrían, lejos de sus bases, al no recibir la ayuda esperada por parte de ciertos señores castellanos y ante la llegada cada vez más numerosa de tropas frescas castellanas. En el camino de vuelta, con Álvaro de Luna pisándoles los talones, “fuéronse camino de Aragón a más largo paso que a la venida”, en términos del cronista Alvar García de Santa María. De lo que dicen las crónicas, se deduce que en su vuelta siguieron el camino de ida, y cruzaron la raya de Aragón por Santa María de Huerta, hacia Ariza.
El maestre de Santiago acompañó a sus hermanos, no se sabe si por cortesía o para protegerse, ya que contaba con demasiadas pocas lanzas para andar por territorios hóstiles. Lo que interesa aquí es identificar el lugar en el que se separa de sus hermanos para volver a las tierras del maestrazgo donde se sentía más seguro.
Se despide el maestre Enrique
El Halconero es el que proporciona más detalles sobre el momento y lugar en que el maestre se separa de sus hermanos. Proporciona una fecha, el domingo 3 de julio, es decir al término de los cuatro días de plazo aceptados por los Castellanos, ya que el trato conseguido por la reina María lo fue el miércoles anterior, 30 de junio. Se supone, por consiguiente, que dicha separación tuvo lugar en la raya de Aragón. Lo confirma el camino que, según aquel cronista, siguió don Enrique, camino de Uclés: Medinaceli, Canrredondo (al este de Cifuentes), Escanillas (léase Escamilla), la puente de Alcocer y la ribera del río Maya (léase río Mayor, que cruzaría en Huete). Sin embargo, no designa el lugar preciso.
Alvar García de Santa María confirma por donde los reyes volvieron a entrar en Aragón:
El Infante don Enrique llegó con los Reyes a Huerta, que era en los confines de Castilla e de Aragón, e volvióse para su Maestrazgo a donde estaba la Infante doña Catalina, su mujer, al tiempo que lo sobredicho se concordó.
Hasta este punto, el Reportorio de Pedro de Escavias se atiene fielmente a las reglas del resumen cronístico, aportando el mínimo de información necesaria para que el lector pueda seguir el desarrollo de la narración, – datos geográficos imprescindibles, un párrafo para explicar el motivo alegado por los reyes para entrar en Castilla, etc. – todo ello sacado de las fuentes de que dispone, elegidas con criterio seguro. De pronto, irrumpe con un dato ausente de las crónicas, el topónimo Aguasbivas. En realidad, es la segunda vez que Escavias añade un dato por su cuenta, siendo el anterior la designación del alto, el ‘Cerro de los Infantes’ cerca de Hita, en el que Alvaro de Luna se había hecho fuerte para hacer frente a las tropas invasoras, mucho más numerosas. Si bien ese Cerro de los Infantes sigue siendo un enigma, no así Aguasvivas que, con la variante del singular por el plural, se documenta en algunos mapas. Aprovecho esta oportunidad para resaltar la ayuda preciosa que me ha prestado y sigue prestándome, como editor, el Mapa oficial de carreteras del MOPU (Ministerio de Obras Públicas), al recoger muchos topónimos antiguos, sobre todo desde el momento en que sus autores tuvieron el acierto de añadirle un índice de lugares (edición 34, 1999).
A pesar de su novedad, la versión proporcionada por Escavias no contradice fundamentalmente los testimonios conocidos, si bien difiere en la destinación final del maestre: “Y llegando a Aguas Biuas, que es el mojon de los rreynos, el ynfante don Enrique, su hermano, bolviose con su gente para Ocaña”. La lección Ocaña sería aceptable si el Halconero no hubiera detallado tan precisamente el camino seguido por el maestre hacia Uclés. Escavias pudo haberse confundido de buena fe, no solo por ser Ocaña cabeza de una encomienda mayor de la orden de Santiago, sino porque al parecer, don Enrique había salido de allí para reunirse con sus hermanos en Sopetrán. Por lo tanto, ya dispuestos a seguir la opinión de nuestro andujareño, ¿en qué medida podemos hacerlo cuando designa a Aguas Vivas como lugar de la separación?
El lugar existe. Madoz lo incluye en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico (T. I, p. 127-128) y lo localiza en la provincia de Soria, partido judicial de Medinaceli y diócesis de Sigüenza, características administrativas que corresponden a todos los pueblos de la comarca cruzada por el río Jalón desde su fuente hasta Santa María de Huerta. Añade: “Su término confina por norte con el de Taroda, por este con el de Utrilla, por sur con el de Somaén y por oeste con el de Badona”. En el mapa del MOPU, aparece bajo el nombre de Aguaviva de la Vega y está situado a 19 kms (algo más de 3 leguas castellanas) de Santa María de Huerta, pasando por Utrilla y Almaluez. Esta distancia no contradice el que se la designe como mojón entre los dos reinos y, en buena medida, corresponde a la distancia prudencial que un señor castellano de la importancia de don Enrique debía mantener con un territorio extranjero, aunque el monarca fuera su propio hermano.
Concluyo que el lugar designado no es una invención de Pedro de Escavias sino una aportación digna de tomarse en cuenta, por llenar el vacío del Halconero y la Refundición, y ser más plausible que ‘Huerta’ (Alvar García) que sirve más para indicar una comarca indeterminada en torno a un monasterio famoso que un lugar preciso, como ese modesto pueblo soriano, desprovisto de cualquier importancia, aparte su localización.
Saber de donde sacó esta información el autor del Reportorio es empresa harto difícil. Suponer una fuente desconocida es la primera hipótesis que a uno se le ocurre, pero es poco verosímil, por cuanto Escavias ha demostrado de sobras que no se aparta de las que conocemos. También descarto que lo deba a un testimonio ajeno, porque me cuesta trabajo imaginar que, cuando redacta el resumen de ese reinado, treinta o cuarenta años después de los sucesos, recurriría a un testigo presencial. Otra hipótesis consiste en suponer que es un dato que le venía de su propia experiencia. En efecto, lo más probable es que haya participado en el episodio. La biografía de Pedro de Escavias presenta lagunas que la documentación al alcance no permite colmar. Con todo, parece seguro que estuvo en la corte real hasta por lo menos el año 1437, momento en que redacta la elegía fúnebre al joven conde de Mayorga, como lo señala en el encabezamiento de sus poesías recogidas en el Cancionero de Oñate. La poca distancia temporal que separa este suceso y los acontecimientos de 1429 aboga por una participación personal de nuestro andujareño en la empresa, al lado del rey don Juan quien tuvo una parte muy activa en ella.
Esta hipótesis queda reforzada por la aparente anomalía de la mención del Cerro de los Infantes ya señalada. Es un dato que no reproducen los cronistas y su omisión no incide en la comprensión del pasaje, sino más bien lo aligera de un elemento innecesario. Paradójicamente, esa dimensión meramente anecdótica es la que induce a pensar que Escavias no quiso dejar de aprovechar un dato que solo podía recordar a tan larga distancia un testigo presencial. Incluso sospecho un rasgo de humor por su parte, porque el topónimo designa el lugar en que había acampado justamente el enemigo de los Infantes, como se designaron a los hijos de Fernando de Antequera antes de que alcanzaran sus títulos posteriores.
Aguasvivas en la obra del Arcipreste
De todo ello resulta que el Aguasvivas del verso 302a del Libro de Buen Amor no debe tomarse literalmente sino que apunta, como lo sospecha Jacques Joset, hacia un topónimo usado metafóricamente: “salir corriendo hacia un lugar muy lejano”. Es una expresión coloquial no exclusivamente castellana. En mi niñez landesa, ese punto inasequible a la que condenábamos al compañero expulsado era ‘Pampelune’, una ciudad que para nosotros era más legendaria que real. Noto como una extraordinaria coincidencia que la mención de este pueblo mojón entre los reinos de Castilla y Aragón pertenezca al relato de un acontecimiento histórico que concierne también la villa de Hita. Pensándolo bien, dudo que sea una casualidad si el camino seguido por las tropas en retirada fuera el mismo que el que asigna el dicho popular a los que huyen, desde esa zona (entre Cogolludo al norte y Torre del Burgo, al sur), hacia Aragón, aunque solo sea porque Huerta y su comarca era el punto más asequible para quien quisiera alcanzar el territorio del reino vecino. Esta realidad era la misma, un siglo antes, y el Arcipreste de Hita, si es que el autor del Libro de Buen Amor lo fuera, como familiar de esos lugares, no podía ignorarlo. Se lo recordaba oportunamente una expresión coloquial que formaba parte de su bagage lingüístico.
Conclusión
Podría concluir aquí estas divagaciones, contentándome con subrayar una coincidencia geográfica compartida por los castellanos de mediados del siglo XIV con los de 1429. Pero, ya dispuesto a dejar rienda suelta a mi imaginación, la explicación se me queda algo corta. ¿Qué necesidad tenía Pedro de Escavias de poner su grano de sal en un plato lo suficientemente condimentado? ¿Quería lucirse? Supongamos que quiso demostrar que había leido al Arcipreste. ¿Qué mejor medio tenía de hacerlo que una alusión más que discreta a un verso de su obra? Ya he sugerido que la indicación del Cerro de los Ynfantes puede interpretarse como un rasgo irónico dirigido contra los que fueron los Infantes por antonomasia. La mención de Aguaviva parece responder al mismo talante humorístico. Es como si los dos topónimos “inventados” por Escavias tuvieran más objeto que el de informar de la realidad de los hechos, el de facilitar una intrusión personal del cronista que rompe así con la monotonía de su tarea, aún a riesgo de ser entendido por pocos.
Semejante hipótesis parecerá descabellada. Sin embargo, en un trabajo anterior (“La noción de género en el corpus cancioneril: el caso de la serrana”, Padova 2005), al estudiar las serranas del Marqués de Santillana, he señalado que éste fue el iniciador de un movimiento de recuperación de las serranas del Arcipreste de Hita que dio lugar, en la corte de Juan II, a unos intercambios entre Iñigo López de Mendoza y algunos jóvenes trovadores. Fue en esas circunstancias cuando Pedro de Escavias compuso la primera versión de su serrana, al mismo tiempo que otro joven émulo del Marqués, Fernando de la Torre, compuso su serranica. No parece admisible que Escavias no conociera la obra del Arcipreste si la imitó, aunque fuera por mediación del Marqués. Me imagino que las obras de Santillana servirían más bien de lazo con el Libro de Buen Amor que de pantalla opaca entre aquél y sus imitadores.
Creo que acertó el Profesor Joset al reunir en un misma nota a Juan Ruiz y a Pedro de Escavias, y opino que esa coincidencia no es ocasional.
[A punto de publicarse: edición y comentario del testamento de Pedro de Escavias (1485)].
Anejo
Copla que compuso mi abuelo Alejandro Muñoz para celebrar su pueblo de Utrilla y que, bien mirada, es el esbozo de un romance fronterizo:
Cuatro cosas tiene Utrilla
que no las tiene Aragón
la plaza y la plazuela
la Puerta Encima, la Hondón.
31 de mayo de 2022
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El topónimo “Aguasvivas” (II)
En mi nota anterior, admito no saber identificar el topónimo Çerro de los Ynfantes mencionado por Pedro de Escavias en su Reportorio de Prinçipes dEspaña. Mi amiga Rosalía Calzado Chamorro, experta en el manejo de fondos documentales disponibles en internet, ha localizado el lugar. Por otra parte, ha conseguido también situar otro topónimo por mí desconocido, el de Puente de los Roderos. Esta doble hazaña documental me obliga a revisar la versión anterior que di del episodio guerrero que enfrentó a los reyes de Aragón y Navarra con el condestable Álvaro de Luna en junio y julio de 1429.
Los dos partidos se preparan
Vale la pena retomar paso a paso el relato de Alvar García de Santa María, el más completo conservado. Como cronista oficial, enfoca los hechos desde la perspectiva del poder, alternando la narración de los actos del rey con los del condestable. En la corte, se sabía de fuente segura desde el mes de abril que los reyes de Aragón y de Navarra se preparaban para entrar en el reino de Castilla, aunque lo ocultaran bajo pretextos poco creíbles:
Decíase por çierto como el Rey de Aragón facía algunas novedades en su reino de apercibimientos de gente e bastecimientos e reparamientos de castillos, e que eso mismo facía el Rey de Navarra, e que enviaba sus cartas de apercibimiento a algunos caballeros e escuderos de este reino, que de él tenían tierras e acostamientos. E asi el Rey de Aragón como el Rey de Navarra, queriendo encubrir la razón porque facían estos apercibimientos e llamamientos, decían que habían de enviar cierta gente de armas en ayuda del Rey de Francia para la guerra que había con los ingleses. E tanto cuanto más disimulaban e buscaban razones para encubrir su venida por esta manera, más había razón el Rey sospechar de ella; e que porque para estas cosas cumplía más la estada del Rey de aquende los puertos que allende, acordó de partir de Illescas para aquende los puertos, e partió en comienzo del mes de Abril de este año que fabla la historia. También la Reina e el Príncipe partieron, e pasaron los puertos.
La mención de una petición de ayuda al rey de Aragón desde el reino de Francia pudo no ser imaginaria, por cuanto coincide con un momento clave para el Delfín Carlos, cuando decide, a instancias de la Poncela, de intentar romper el asedio de Orléans por las tropas inglesas. Juana llega a Chinon a finales de febrero de 1429 y su primera entrevista con Carlos se suele situar el 25 de febrero, pero la decisión de mandar tropas hacia Orléans no se toma antes de finales de marzo y primeros días de abril. La llegada de la joven lorena a la ciudad con el convoy encargado de avituallar a la población tiene lugar el 28 de abril y las tropas inglesas levantan el asedio el 8 de mayo. Es un calendario muy apretado y, de suponer que la petición de ayuda por el Delfín concerniera esa campaña, resulta poco factible que el rey de Aragón consiguiera hacer llegar tropas suyas hasta el Loira. Todo lo más que podemos suponer es que la comunicación entre Aragoneses y Franceses era constante y, en la Península, se seguía de cerca lo que ocurría en el reino vecino.
El motivo alegado por los reyes era, según Alvar García, “[…] por poner la mano en los negocios del reino, e echar de la corte a aquellos que el Rey quería cerca de si, ó poner otros que ellos quisiesen”, formulación que Escavias expresa en términos más directos: “la yntençion de los Reyes de aragon e de nauarra e del ynfante don enrrique era apartar del Rey al condestable don aluaro de luna e dar otra orden en la goverrnaçion de sus Reynos”. No es una posición nueva la que defienden los reyes, sino que ésta reanuda o pretende reanudar con la que el Infante Juan pudo imponer dos años antes, al conseguir aislar al condestable dentro del Consejo real. Si la maniobra del Infante había alcanzado en septiembre de 1427 un éxito inmediato, obligando al valido a retirarse de la Corte, no fue suficiente para mantener más que unos meses la ilusión de un poder eficiente compartido con la oligarquía del reino, lo que se tradujo por exilio del Infante fuera de Castilla y el retorno del condestable (enero de 1428) con una posición fortalecida en el Consejo.
En la primavera de 1429, no parecía sino que las condiciones de un golpe similar al de 1427 estaban de nuevo reunidas y que el rey de Navarra, que disfrutaba además del sostén presencial y militar de su hermano, el rey de Aragón, que se comprometió personalmente en el asunto, podría renovar su éxito anterior. Al principio del capítulo que dedica al reinado, Escavias comete un fallo que denota como, después de muchos años, percibía ese conflicto en torno a la persona del condestable:
desque [el rey] fue de hedad de doze años salio de alli [de Valladolid] e andubo por algunos lugares de la comarca en poder de Juan Furtado de Mendoça que ya era su ayo el qual Juan Furtado era casado con doña Maria de Luna e ella traxo de Aragon a vn sobrino suyo que llamauan Aluaro de Luna e a causa suya el dicho Juan Furtado le puso en la camara del Rey. El qual tomo tanto amor con el e fue tan grande privado que, como quier que el ynfante don Juan que fue Rey de Nauarra e despues de Aragon e el ynfante don Enrrique su hermano maestre de Santiago, primos del Rey e hermanos de la Reyna doña Maria, su mujer, e otros grandes del Reyno le fizieron desterrar de la corte por dos o tres veces, tan grandes privança fue la suya que no lo pudieron escusar que el Rey no le fiziese el mayor onbre de sus Reynos.
A no ser que se incluya en esas “dos o tres veces” la condena final de Álvaro de Luna, lo cual tiene poco sentido, ya que ocurre veinticinco años más adelante y los actores de su caída no son los mismos que los que intervinieron en 1427, lo que recuerda Escavias es la sensación de un tira y afloja entre el condestable y sus enemigos que volvía a manifestarse episódicamente sin resolverse de una vez para todas. La reanudación del conflicto abierto, dos años apenas después de su resolución en principio definitiva, hace que este cobre en su recuerdo un carácter recurrente que caracteriza y, en cierta medida, resume la política interior del reinado de Juan II.
Sin embargo, entre los dos episodios existe una enorme diferencia, en la medida en que el partido del rey de Navarra renuncia, por esta vez, a una solución política y le sustituye una intervención armada. En este punto, el historiador moderno sabe que tiene que andar con pies de plomo para no caer en esquemas explicativos anacrónicos. ¿Cómo definir, en efecto, la naturaleza de la entrada militar de los reyes, desde el punto de vista de cada partido?
Tal como la transcribe Alvar García, la reacción del rey de Castilla consiste en denunciar un acto ofensivo hacia el reino y degradante hacia la persona del rey, cuya justeza convence sin dificultad a un lector de hoy:
[…] e diciendo de su parte que escribiese al Rey de Navarra que cesase al presente esta venida por esta manera, e que non la ficiese con el Rey de Aragon, ni sin él, ca habría de ello muy gran enojo, e con razón, porque él podía bien entender si le podía ser fecha mayor injuria que venir ellos, ó cualquier dellos en su reino con gente de armas, ó contra su voluntad. [cap. III]
Es cierto que los reyes no hacen preceder su intervención con una declaración de guerra oficial, sin embargo, el mero hecho de amenazar cruzar la raya al frente de un ejército aragonés se asemeja indudablemente a un acto de guerra. Así lo entendió el rey de Castilla y toda la acción que llevaría a cabo el condestable está inspirada por la convicción de oponerse a una invasión y la necesidad de plantar batalla al invasor.
Carecemos de una información precisa para conocer el punto de vista de los invasores, por lo que no hay más remedio que deducirla de su comportamiento a lo largo de esa semana larga. Se supone que el rey de Navarra no está conforme con la visión del rey de Castilla. Lo que ambiciona es volver a un territorio del que ha sido expulsado injustamente y que, como señor de bienes y vasallos en Castilla, no considera como extranjero. Por otra parte, pretende querer entrevistarse con el rey para ponerlo en situación de gobernar por sí mismo, sin percatarse de que, de ese modo, niega que el monarca tuviera cualquier opinión al respecto. Después de dos años de exilio, parece no haber entendido que la situación no era la misma que en 1427, y que no podía actuar e imponer su parecer con los mismos argumentos que entonces. Más aún, parece haber convencido a su hermano, el rey de Aragón, de que podría conseguirlo.
Admitido esto, ¿qué papel corresponde a las tropas que le acompañan? Cuesta trabajo considerarlas solo como una protección de su persona y de la del rey de Aragón. No cabe la menor duda de que son una demostración de fuerza, de la que se espera que disuada cualquier intento de resistencia por parte del ejército castellano y de su jefe, el condestable, y que incite a ciertos señores castellanos a unirse a ellos con sus propias tropas.
El enfrentamiento opone, por lo tanto, dos enfoques opuestos, lo que no dejará de acarrear consecuencias en la resolución del conflicto.
Una planificación contrariada
El plan inicial de los reyes de Aragón y Navarra parece claro. A la espera de que el rey de Castilla concediera un hipotético lugar para una entrevista, las tropas aragonesas debían atravesar un territorio seguro hasta alcanzar el dominio del rey de Navarra, la comarca de Medina del Campo y Peñafiel.
Por otra parte, habiendo convencido al rey que debía prepararse a una expedición guerrera y reunir tropas al efecto, Álvaro de Luna pone manos en el asunto y toma la iniciativa, aún sin haber reunido las fuerzas suficientes, para oponerse o, por lo menos, perturbar la entrada de los reyes a Castilla. Actuando así, está convencido de no dejar a estos otra salida que la del enfrentamiento armado. Por eso, cuando sale de la Corte, Álvaro de Luna se dirige hacia Almazán, porque era lugar de paso obligado hacia Peñafiel, siguiendo el valle del Duero. Pero, al llegar a esa villa, el condestable constata que los reyes han desviado su camino más al sur y penetrado ya dentro del territorio castellano. Al parecer, ignoraba que el conde de Castro, que administraba los dominios del rey de Navarra, acababa de ceder Peñafiel al rey de Castilla, noticia que parece haber llegado a los reyes en el mismo momento en que cruzaban la frontera o pocas horas después.
Esta noticia les obliga a cambiar sus planes, sin que por ello desistieran de proseguir su proyecto inicial. Deciden dirigirse hacia los dominios de uno de sus supuestos aliados, Iñigo López de Mendoza, señor de Hita y Buitrago, que no había firmado el juramento de fidelidad que el rey de Castilla había exigido de los nobles en Palencia, el 30 de mayo. Esto explica posiblemente el codo hacia el sur que toma el recorrido de los reyes descrito detalladamente por El Halconero y la Refundición:
E entraron por Hariza e por la Torre de Martin Gonzalez e a Valdecubo e a Vaydes e dende a Fita e al monasterio de Sopetran a rreçebir al ynfante don Enrrique, maestre de Santiago su hermano, que les estaba esperando en Daganço.
El recorrido se ajusta al cauce de los ríos, fácilmente vadeables en aquel período (finales de junio) y cuya (¿escasa?) agua era indispensable para satisfacer las necesidades tanto de hombres como de bestias en un período de fuertes calores. Es así como, hasta Valdelcubo, las tropas siguen el valle del Jalón pero, desde ese punto, tuercen hacia el sur por el valle del río Salado, hasta Baides, donde confluye con el Henares y, a continuación, siguiente este hacia Hita, pasando por Jadraque.
Descartada la idea de alojar tanta gente armada dentro de poblaciones pequeña, la elección del lugar donde se asentaban los campamentos dependía de un espacio dilatado y fácil de proteger.
Llegados cerca de Hita, no consta que los reyes entraran en la fortaleza. Por otra parte, se llevarían un gran disgusto al constatar que su hermano Enrique, maestre de Santiago, acudía con solo cien lanzas y ciento veinte jinetes, lo que demostraba el débil apoyo con que pudo contar, dentro y fuera de la orden. Ante un panorama tan poco alentador, resulta lógico que los reyes hayan pensado regresar al reino de Aragón. Pero, en ese momento, interviene un acontecimiento que modifica radicalmente sus planes, la llegada de Álvaro de Luna al frente de sus tropas y su voluntad de enfrentarse con los invasores.
Recorrido (NE / SO) desde Huerta hasta Espinosa de Henares y Cogolludo (IGN)
Enfrentamiento armado
El enfrentamiento era doblemente inevitable. Por una parte, está la voluntad del condestable de dirimir el conflicto por la fuerza, voluntad que ha manifestado desde un principio y que ha conseguido imponer al rey. Es una actitud atrevida, teniendo en cuenta las escasas fuerzas de que dispone en aquel momento, pero los motivos que le inspira el deseo de revancha después de la humillación sufrida dos años antes pudieron servirle de aliciente y, hasta cierto punto, mermar su lucidez. No hay que descartar, sin embargo, consideraciones menos aleatorias. Sabía que recibiría dentro de un corto plazo unos refuerzos que le colocarían en posición de superioridad frente a sus contrincantes. Sobre todo, no podía ignorar que el campo era suyo, en la medida en que las tropas aragonesas tendrían que luchar en territorio enemigo, sin poder contar con más apoyo que el de sus armas.
En cuanto al rey de Navarra y al Infante Enrique, se les ofrecía una oportunidad única de librarse de una vez para siempre de su íntimo enemigo, venciéndolo, imponiéndole una afrentosa derrota, o incluso matándolo, ya que estaba físicamente presente y al alcance de sus armas.
Enterado del camino que seguían los reyes, según Alvar García, el condestable “tomolos adelante e fue en pos de ellos cuanto dos o tres leguas arredrado”, maniobra eficaz por cuanto cortaba la vía de una eventual retirada sin entablar el combate. ¿Hasta dónde llegó el condestable en la persecución? Siempre según el cronista, la última etapa del recorrido fue la siguiente:
Levantando los Reyes del Real que asentaran cerca de Xadraque, fuéronle poner a legua e media de Cogolludo e a la sazón el Condestable don Alvaro de Luna asentó su Real donde los Reyes le levantaran, cerca de Xadraque.
Es dato compartido por El Halconero y la Refundición de que el condestable seguía a los reyes guardando las distancias y acampando en el mismo lugar que habían ocupado el día anterior. No sé hasta qué punto este detalle, no desprovisto de algún tinte humorístico (los castellanos se cobijan como el cuco en nido ajeno), no ha sido exagerado y fue tan repetido como lo sugieren los cronistas, dado el escaso espacio de tiempo que corrió entre el momento en que el condestable conoció por dónde iban los reyes y se acercó a ellos y el abandono por estos de su posición ante Hita y su intento por conectar con él.
Lo que interesa es situar el último campamento de ambos ejércitos, después de dejar Jadraque, y de donde no se movieron durante los tratos llevados a cabo primero por el legado de Benedicto XIII y después por la reina Leonor.
El testimonio de Alvar García es bastante aproximativo:
Dicho habernos como el Condestable don Alvaro de Luna pusiera su Real cerca de Xadraque, cuando los Reyes de Aragón e de Navarra le pusieran a legua y media de Cogolludo. Después de esto, el Condestable partió de este Real, e fuéle poner de otra parte de Cogolludo, a legua y media donde estaban los Reyes e el Infante don Enrique ya con ellos. [Alvar García, cap. XVI]
El ejército de los reyes acampa a legua y media de Cogolludo y el del condestable a legua y media de él, aunque “de otra parte”. Partiendo del principio según el que el condestable se quedó siempre a la zaga de los invasores, esto significaría que los dos ejércitos se situaron los dos dentro del término de la villa de Cogolludo, el segundo al este del primero.
El Halconero ofrece un dato suplementario:
Fasta en tanto que se llegaron a asentar los rreales a dos trechos de ballesta el vno del otro; ca estaba el real de los castellanos a par de Espinosa, fazia Cogolludo, e el rreal de los rreyes e del ynfante don Enrrique vaxo de la puente de Roderos. [El Halconero, cap. XIX, p. 38]
Por lo tanto, el ejército del condestable está entre Espinosa y Cogolludo y el de los reyes en un lugar denominado “Puente de Roderos”. Mi amiga Rosalía Chamorro ha logrado identificar este topónimo gracias a un documento del año 1669 conservado en el AHN (Sección Nobleza, Legajo 11, n°45) citado por el cronista de la villa, Juan Luis Pérez Arribas, en su obra Narraciones de aquí y de allí (Cogolludo 2016, págs. 166-168). La cita está acompañada por un plano “bastante esquemático”, como bien dice ese autor, pero legible. La ubicación de los Roderos viene avalada además por el hecho de que de esa zona se extrajeron a finales del siglo XV las piedras que sirvieron para edificar la muralla de la villa, y que se denominó en aquel momento bajo el vocablo de “canteras de la Puente Roderos”. Por lo tanto, la identificación parece segura.
Legajo 11, n° 45, Sección Nobleza. AHN 1669
“puente roderos” se lee a la izquierda del plano junto al río
El lugar así denominado se encuentra el margen derecho del Henares, al oeste del puente actual a la salida de Espinosa y se prolonga al norte por una vega, espacio adecuado para acomodar un campamento. Legua y media río arriba, la vega no es tan extensa porque el paisaje se vuelve fragoso y las condiciones para la instalación de un campamento menos adecuadas.
Las tropas enfrentadas eran muy desiguales. Alvar García cifra la de los reyes en “2800 de caballo, muy de avantaja armados y encabalgados, e mil omes de pie bien armados” y la de los castellanos en “1700 omes de armas e cuatrocientos omes de pie”. En consecuencia, el condestable tenía que elegir un lugar mejor protegido, que incluía un “recuesto […] en el cual ficieron su palenque de carretas e de otras cosas, como pudieron”. De hecho, en el plano del AHN, algo más al norte queda representado un relieve arbolado de forma circular que podría corresponder a ese recuesto.
Los castellanos no se movieron de esa posición un tanto favorable. Fueron los reyes los que se desplazaron el 1 de julio hasta llegar “bien acerca del real del condestable”, con la intención de asaltarlo. Las condiciones del combate exponían a los aragoneses a graves pérdidas, como suele ocurrir en el asalto de una posición favorecida. Por su parte, los castellanos no podían contar demasiado con tan ligera protección. Además, con razón el legado hizo valer que “como de lo mejor de los tres regnos estoviese ende gran partida” resultaría “gran destruimiento de si misma”, refiriéndose a la calidad de las personas enfrentadas.
Suspendida la pelea por una noche, la mañana siguiente, se volvieron a ordenar las batallas, pero interrumpió el enfrentamiento la llegada de la reina María de Aragón que se interpuso físicamente entre los dos reales, alojándose en una tienda que pidió prestada al condestable, y consiguió convencer a los dos bandos que renunciasen a combatir.
Así terminó lo que pudo ser un episodio de gravísimas consecuencias para los tres reinos, aunque quizás mayor para los de Aragón y de Navarra, por la eventualidad de la muerte de sus reyes.
Los testimonios cronísticos concuerdan para confirmar que fue la comarca situada entre Espinosa de Henares y Cogolludo y motivo hay para aceptar que ese fue el teatro de las operaciones finales. Los moradores de las dos villas fueron los espectadores privilegiados de ese magno evento. Resulta fácil imaginar que, ante tan impresionante despliegue de hombres, armas, caballos, carros, tiendas, habituales en ejércitos en campaña, se llevarían un susto mayúsculo. Para compensar, más adelante podrán ufanarse de haber tenido a la vista, durante unos días, a dos reyes, a una reina, a un cardenal, a un maestre de Santiago, a un almirante, a un adelantado de Castilla y a otros grandes señores tanto castellanos como aragoneses. Es un episodio que merecería figurar entre los momentos sobresalientes de la historia de esas dos villas y no dudo de que, si esta nota llega a ser leída por los correspondientes municipios, dará lugar a una reconstitución con fines turísticos del mayor interés.
El cerro de los Infantes
Frente a la coherencia del testimonio de los cronistas, el de Pedro de Escavias resulta cuanto menos dudoso. Antes de descartarlo como una confusión suya explicable para quien redacta ese capítulo de sus obras años más tarde que Alvar García, el Halconero y Lope Barrientos, conviene analizarlo más detenidamente, aunque solo sea para descubrir a qué atribuir ese posible error. Este es el pasaje del Repertorio que interesa:
En tanto que [el rey de Castilla] rrecogia su exerçito en la comarca de la çibdad de Palençia, enbio al condestable don Alvaro de Luna con quatro mil lanças e muy buenos caualleros la via por donde el rrey de Aragon y sus hermanos venían. El qual asento su rreal en vn çerro alto questava a dos leguas del rreal del rrey de Aragon, que llamavan el Çerro de los Ynfantes, los quales, como supieron la venida del condestable, luego levantaron su rreal y movieron sus batallas hordenadas contra dondestava. Y pensando que aquel dia se diera la batalla, los vnos y los otros se confesaron. Pero el condestable no deçendio del çerro ni de la ventaja que tenia. El rrey de Aragon sento su rreal en lo llano, cerca del çerro. Y de ora en ora llegava mucha gente al condestable y el rrey don Juan venia enpos della con toda su gente. E quando el rrey de Aragon conoçio que los cavalleros de Castilla, en quien tenia fuzia que se avian de juntar con el, non le acudieron, antes se fueron al rrey, movieronse tratos esa noche que el rrey de Aragon saliese de Castilla y se fuese para su rreyno de Aragon. Y asi lo fizo ca, luego otro dia, se levanto de do estaba y tomo su camino para Aragon.
La cita es extensa porque interesa conocer precisamente lo que Escavias dice de ese episodio. Se ve claramente que, en su resumen, omite todo lo que ocurre entre el momento en que el Condestable sale para cortar el camino a los reyes y el enfrentamiento final. La localización de este se deduce de lo que cuenta anteriormente del recorrido seguido por los reyes:
[…] el rrey de Aragon entro poderosamente en el rreyno de Castilla. Y luego se juntaron con el el rrey don Juan de Navarra y el ynfante don Enrrique, sus hermanos. Y llegaron con su gente hasta Santa Maria de Sopetran que es çerca de la villa e fortaleza de Hita a fuzia de otros señores e cavalleros que se dezia se avian de juntar con ellos.
La mención del monasterio de Sopetrán se lee en El Halconero y en la Refundición, pero no en Alvar García, lo que puede indicar a qué fuentes recurrió el autor del Reportorio. Si bien difiere en la estimación de las fuerzas castellanas, muy superiores, según él, a lo que indican las otras fuentes (4000 lanças /vs/ 2000, sumando “omes de armas” y “omes de pie”), por lo demás, los datos que aporta son los mismos que en los demás testimonios: los dos reales están a corta distancia uno de otro; el condestable elige un cerro para colocar sus tropas y no se mueve de él, obligando a los reyes a acercarse a esa posición para librar batalla.
La única diferencia de bulto resulta ser, pues, el nombre que atribuye al cerro que permanece anónimo en las crónicas.
Buscando si se podía identificar ese topónimo por esa zona, en un mapa del Instituto Geográfico Nacional mi amiga Rosalía Chamorro ha descubierto un Cerro de los Infantes, cerca del pueblo de Solanillos del Extremo (Guadalajara), equidistante de Brihuega, al oeste, y Cifuentes, al este. El sitio se encuentra a unos cuarenta kilómetros de Hita en línea recta. El hecho es llamativo, pero la distancia que separa ese cerro de Hita es importante y, sobre todos, el lugar queda muy apartado de la ruta (el río Henares) seguida por las dos tropas. Bien es verdad que Jadraque es la villa de esa ruta más cercana a este punto y que El Halconero y la Refundición sitúan a proximidad de ella (“cerca de Xadraque”) una etapa anterior al término del recorrido de ambas tropas, pero la situación de esa villa a media distancia precisamente entre Baides y Espinosa/Cogolludo la designa más bien como la etapa penúltima del recorrido.
Localización del Cerro de los Infantes en Solomillos de los Extremos (IGN)
Por consiguiente, no parece plausible que el condestable haya aprovechado ese relieve protector en aquella empresa. Como Escavias no ha podido inventar un dato tan preciso, es de suponer que se ha confundido con otra campaña, en la que el Tajuña desempeñaría la función que, en la de 1429, fuera la del Henares, y Brihuega la que correspondió entonces a Espinosa y Cogolludo.
Antes de llegar a esa conclusión, sugiero una última averiguación en la memoria colectiva de los habitantes de Espinosa y Cogolludo, no vaya a ser que, en un momento dado, el cerro mencionado llegó a llamarse “Cerro de los Infantes”.
ANEJO
1. “vino a jornadas non de Reina, mas de trotero”
Estando así, vino al Condestable la Reina doña María de Aragon, hermana del Rey, e mujer del Rey de Aragón, a la cual pesaba mucho de la entrada de los Reyes en Castilla, tanto por la una parte, como por la otra; e como aquella que tenía doblado el cuidado, vino a jornadas non de Reina, mas de trotero. Pudiérase decir de Reina cuitada, como dicen en su regno por los troteros van muy apresurados, que les dicen correros cuitados (1). Al margen, de mano de Zurita: Bien jugó del nombre Alvar Garcia, como aquel que sabía mucho del lenguaje aragonés.
Los reyes de Aragón y de Navarra cruzaron la raya de Aragón el 23 de junio. El 30 de junio, la reina María se interponía físicamente entre los contrincantes. Se sabe que estuvo con Alfonso en Ariza, pero en ningún momento se dice que estuviera con él desde el inicio de su recorrido por tierras castellanas. Dado el objetivo guerrero de la empresa, no cabe duda, por el contrario, que permaneció en territorio aragonés, por lo menos en los primeros días. Esto no impidiría que estuviera informada del desarrollo de los hechos por medio de mensajeros. En vista del mal cariz que iban tomando las cosas para su marido y su cuñado, tomó la decisión de personarse en el campo para impedir la catástrofe que les amenazaba.
Que emprendiera camino en compañía del cardenal legado parece plausible, aunque solo sea para la seguridad de ambos, pero llegó el momento en que este se adelantó, ya que su intervención tiene lugar el día antes de la de la reina.
A vuelo de pájaro, unos 90 kms separan Ariza de Cogolludo, y algo más de 100 kms siguiendo los valles de los ríos. El camino que las tropas recorrieron en 6 días exigiría un par de días menos a lo sumo a la reina y al cardenal que irían con un equipaje ligero. Este lapso de tiempo incluye lo que tardaron los mensajeros a volver a Ariza para comunicar sus noticias y la toma de decisión de ambos. Esto significa que el cardenal y la reina anduvieron jornadas de 25 a 30 kms, que es la distancia que un caballo suele recorrer en un día. Tanta prontitud no deja de ser asombrosa en una persona como la reina y así lo interpreta Alvar García en un arranque medio admirativo medio irónico.
La ironía reside en comparar a la reina con un trotero, es decir con un oficial, el correo, cuyo estatuto social está en total oposición con la de una reina. El cronista demuestra aquí, a través de esta pulla dirigida contre la reina María, una agresividad poco caballeresca hacia el partido aragonés, inspiraba más bien por el deseo de complacer al condestable, aún a riesgo de disgustar al rey, al atreverse con su propia hermana.
Alvar García prosigue hilando su metáfora, jugando con el significado de “cuitada”. La reina María lo era doblemente, porque el conflicto atañía a su marido y a su hermano, los reyes de Aragón y de Castilla (o triplemente si se incluye a su hermano Enrique). Pero, como no deja de subrayarlo Zurita, la expresión “correo cuitado” remite a una expresión usual en la Corona aragonesa. De paso, el cronista aragonés aprovecha la oportunidad para expresar su admiración por la finura y la erudición del castellano.
2. “fuéronse camino de Aragón a más largo paso que a la venida”
[…] Los Reyes levantaron luego su Real e fuéronse camino de Aragón a más largo paso que a la venida. En toda esta tierra que por Castilla pasaron, asi a la entrada como a la salida, non ficieron daño ninguno, ca todas las viandas que tomaban pagaban muy bien, e aún más de lo que valían. Sentían que el Rey venía sobre ellos, e que non les cumplía tardar.
Alvar García sigue con su vena irónica que, en este caso, frisa el sarcasmo, al proporcionar una idea poco halagüeña de la retirada del rey de Aragón hacia su reino. Las negociaciones llevadas a cabo por la reina María tuvieron lugar el viernes dos de julio, empezando a primera hora del día, cuando los ejércitos ya estaban listos para el combate. El único dato cronológico posterior, lo proporciona El Halconero, que sitúa el día 3 de julio junto a la frontera el momento en que el maestre de Santiago se separa de sus hermanos y describe detalladamente el camino que seguiría hasta Uclés, lo que conforta que la separación tuvo lugar en la misma frontera, probablemente en Aguasvivas, como lo señala Escavias. Según la Refundición, “El ynfante se partio de los rreyes sus hermanos en la primera jornada”, lo que parece contradecir la versión del Halconero, pero en realidad la confirma si se acepta la idea de que las tropas no hicieron etapa en el viaje de vuelta, sino que anduvieron de día y de noche entre el mediodía del 2 y la tarde del 3 de julio. No sé si la cosa resulta factible. Lo que sí no deja lugar a dudas es que la retirada fue muy precipitada, tanto que los cronistas no pudieron resistir al placer de acentuar aún más este aspecto poco glorioso de la expedición de los reyes.
4 de julio de 2022